eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

¡Aquellos años de Yeltsin!

«Ojalá para Rusia que sea más temprano que tarde, y que el país vuelva a gozar de la libertad (algo caótica) que tenía en los días de Yeltsin, quien, pese a que bebía demasiado, era un demócrata».

Así se expresaba recientemente en las páginas de El País el premio Nobel de literatura metido a defensor a ultranza del liberalismo económico en sus habituales artículos de prensa Mario Vargas Llosa.

Es difícil no coincidir con él en su deseo de ver al presidente ruso, Vladimir Putin, rápidamente defenestrado e incluso juzgado como criminal de guerra aunque no es por cierto el único que merece tal suerte.

Sin embargo, Vargas Llosa parece idealizar, aunque introduzca el matiz de «algo caótica», una etapa de la Rusia postsoviética que está en el origen del poder político de Putin y que algunos conocen irónicamente como «katastroika» (catástrofe y perestroika).

El gobierno de Boris Yeltsin, que tanto parece gustar al autor de Conversaciones en la Catedral, será siempre recordado por las salvajes privatizaciones impulsadas por sus más íntimos colaboradores, los políticos y economistas Anatoli Chubáis y Yegor Gaidar.

Inspirado por la terapia de choque practicada ya en otros países, entre ellos Polonia, y con el asesoramiento del FMI, el Gobierno de Yeltsin puso fin al control de precios de los alimentos y otros bienes básicos y permitió el crecimiento desordenado del libre comercio.

La privatización de las empresas que habían pertenecido al Estado soviético se llevó a cabo mediante la emisión de cupones que, repartidos entre todos los ciudadanos, permitían a estos adquirir acciones en las mismas.

Ocurrió, sin embargo, que muchos trabajadores, empobrecidos, optaron por vender rápidamente los cupones, que fueron adquiridos muchas veces a precios de saldo por los directores de sus mismas empresas.

A ello contribuyó el hecho de que la ley prohibiese la patrimonialización de los cupones por sindicatos o comités de empresa, dejándolos así en manos de particulares, que eran mucho más vulnerables a las presiones o engaños de sus jefes.

Los años de Yeltsin y luego de Putin en el poder han sido comparados por algunos a la era de los robber barons (barones ladrones) de EEUU, aquellos hombres de negocios de finales del siglo XIX acusados de utilizar métodos faltos de escrúpulos para, como los cleptócratas rusos, acumular inmensas fortunas.

Cada vez más contestado entre sus ciudadanos, Yeltsin dimitió a finales de 1999 y nombró como sucesor a Putin a cambio de que este le garantizara total inmunidad frente a cualquier intento de llevarle ante los tribunales.

Pero la cerca de una década en el poder de aquel dipsómano y favorito de Occidente fueron años muy difíciles, por no decir desastrosos, para el pueblo ruso. Basta fijarnos en algunas estadísticas.

Así, por ejemplo, entre 1989 y 1998, el Producto Interior Bruto de Rusia cayó nada menos que un 55 por ciento, y cerca de la mitad de la población del país se encontraba bajo el umbral de la pobreza.

La esperanza de vida se redujo hasta 60 años en los varones y un 72 por ciento, entre las mujeres. El sistema sanitario se degradó considerablemente. La tasa de mortalidad aumentó en más de un 30 por ciento mientras que la de natalidad disminuyó en un 40 por ciento.

Y podríamos seguir. Libertad, tal vez sí, pero ¡a qué precio!

Compartir el artículo

stats