Opinión
Gourmet de casquerías
Miguel Ángel Rodríguez llegó a secretario de Estado de Comunicación y ahora mismo viste todas las mañanas con una retórica bellaca y eficaz a la Mariana Pineda de la derechona madrileña, Isabel Díaz Ayuso, pero cuidado con confundirlo con un politólogo o algo por el estilo. Se le suele conocer como MAR, un acróstico que encanta a un hombre que solo sabe navegar charcos, pero en sus tiempos como portavoz de la Junta de Castilla y León presidida por Aznar le llamaban el Bachiller, porque se afirmaba que era su único título académico. No le ha hecho falta otro. Porque su especialidad no se basa en redactar buenos análisis técnicos, sino en excavar en la mala entraña humana, demasiado humana: la suya y la de los demás. En la intuición sobre lo que detesta, lo que aprecia y finalmente lo que vota el electorado, que no es ninguna de las dos primeras cosas. Las palpitaciones de las tripas del personal: eso es lo que MAR observa con interés sacrifical y decide sus políticas de comunicación. Los hechos corroboran que lo hace muy bien. Iván Redondo es un consultor político de lecturas y citas historiográficas y literarias que necesita una cuchara de oro para remover sus opciones analíticas; Rodríguez, en cambio, es un caníbal empapado en Varón Dandy y con risita de torturador demente, un infalible gourmet de casquerías.
Siempre se ha vanagloriado MAR de que hizo el camino con José María Aznar desde el posfraguismo hasta la aznaridad que glosa Manuel Vázquez Montalbán. Desde que se hizo con las riendas del PP hasta llegar a la Presidencia del Gobierno español pasaron seis años en los que, según el propio Rodríguez, se conjuraron en insistir a los ciudadanos que no eran franquistas, sino liberales centristas, céntricos y centrados. Por alguna extraña razón, a los electores les costaba creérselo.
También en la aurora del régimen franquista hubo falangistas liberales, como Pedro Laín Entralgo, frente a hitlerianos que lo único que lamentaban del Caudillo es que lucía demasiado bajito, como Antonio Tovar. Aznar, bajo y escuchimizado, tenía cara de lo que era, inspector de Hacienda. Una cara de cubito de hielo que no se derrite ni en pleno verano. Le costó mucho fundir el cubito, pero la estrategia estaba clara. Frente a la corrupción felipista no había que oponer un programa ideológico, sino insistir en la propia decencia hasta la indecencia y, sobre todo, en vender capacidad para una gestión eficaz y eficiente. Decencia, austeridad y buen manejo de los recursos públicos mientras el PSOE se hundía en su propio y afanoso estercolero. Aznar no tuvo que insistir mucho. Algunos cuentan, en su beneficio, que Rodríguez mejoró el código retórico y gestual de Aznar, pero cabe sospechar lo contrario.
MAR cultivó como un jardín japonés, o tal vez amuebló como una licorería postinera, la ambición y la jactancia de Aznar. La soberbia del presidente muy pronto adquirió un espesor homérico. Más adelante, cuando conoció a George W. Bush e involucró al país en la guerra contra Irak, Aznar se convirtió ante sus propios ojos en un semidiós y para estar a la altura comenzó a hacer abdominales. MAR se pasó de la raya y terminó devorado por el iguanodonte con bigotes que en parte creó. No estuvo mucho más de dos años a cargo de la Secretaria de Estado de Comunicación. Se marchó antes de que lo invitaran a largarse, nunca pudo mandar demasiado en las covachuelas ministeriales. Pero adquirió amistades y contactos singularmente útiles, en el Gobierno y en el partido, para su desembarco en la empresa privada. No le fue mal en absoluto, pero tampoco especialmente bien. Siempre trabajó para instituciones controladas por el PP o para la FAES. Jamás consiguió independizarse de esta enriquecedora subordinación. Un empresario sólidamente instalado no acepta, a los cincuenta y tantos años, convertirse en el jefe del gabinete de la Presidencia de la Comunidad de Madrid pocas semanas antes del estallido de la pandemia del covid 19. Pero lo hizo encantado.
Díaz Ayuso pareció una apuesta disparatada de Pablo Casado en enero de 2019. Tres meses después el PSOE ganaba las elecciones autonómicas, aunque gracias al abierto apoyo de Ciudadanos y el respaldo desdeñoso de Vox Díaz Ayuso se encaramó a la presidencia. MAR ha creado a Díaz Ayuso como producto político-electoral y lo hizo siguiendo una fórmula opuesta a la que empleó con Aznar: vendiendo ideología y guerra de guerrillas cultural. Una demostración de su excepcional talento olfativo.
Así creó el relato: una mujer valiente a fuer de liberal y liberal a fuer de valiente que se opone al ataque de un gobierno socialcomunista empecinado en amargarles la vida a los madrileños. ¿Por qué? Porque no soportan la libertad que la mujer representa y por eso buscar acabar con ella. Un victimismo heroico, una dualización de opciones excluyentes, una oportunidad para que el elector se desahogue contra Pedro Sánchez y su maldad congénita. Es muy burdo porque Rodríguez está convencido de que toda estrategia propagandística debe ser conceptualmente más que sencilla que el mecanismo de un botijo. Es burda porque MAR es burdo, como la propia Díaz Ayuso, como el PP de Madrid. Un festival de amnesias, insensateces, silencios e iniquidades abierto hace treinta años y que ha seguido operativo incluso durante la pandemia.
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