eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Semana Santa

Después de dos años de ausencia de las calles, las procesiones de Semana Santa concentran, a distintas escalas y méritos, en pueblos y ciudades del orbe católico la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazareth, el culto más brillante y solemne de esta conexión y, sin duda alguna, su más brillante ejercicio catequético.

En su ecuador, los partícipes y espectadores se hicieron, y se hacen cruces, cruces ante el posible recrudecimiento de la pandemia que la suspendió durante dos años; sus conspicuos defensores alegan que estos desfiles callejeros tienen menos riesgo que las concentraciones deportivas y las vociferantes multitudes que las animan. Ojalá, en cualquier caso, que las limitadas informaciones autonómicas y nacionales no siembren otra vez con malas caras la preocupación y el miedo de las gentes cargadas de preocupaciones y castigadas con la inflación que desató la guerra criminal de Putin.

Con puntualidad y desde distintos lugares del Archipiélago me llegan programas de los cultos y procesiones; algunos modestos y otros lujosos y primorosamente ilustrados; octavillas y folletos centrados en las ceremonias del Jueves Santo, con la Institución de la Eucaristía y la vela en los suntuosos monumentos, cuyo recorrido es un hábito devoto en las capitales, donde se exhiben en sagrarios espléndidos o en composiciones puntuales, la simbólica prisión de Jesús, en la víspera del trágico Camino del Calvario.

En esas claves de fervor y memoria el recuerdo me lleva a la seo de Santa Ana, Primada de Canarias, con los dulces crucificados de Luján Pérez, la cumbre del neoclásico isleño; a la serena Laguna que tiene como símbolo en el año y emblema de la Pascua al misterioso y conmovedor Cristo que llegó en el equipaje de Lugo y que tomó por apellido el nombre de la ciudad que lo venera; y de la noche para el día, en la capital palmera, el Señor de la Piedra Fría, una mágica fusión del gótico austero leído por un anónimo entallador del otro lado del Atlántico; y, a la caída de la tarde, el Santo Entierro de Cristo, que, desde que lo normalizara Manuel Díaz en el animado siglo XIX, limita el cortejo al Yacente del Clavo, una espléndida escultura de Francisco Palma, la última que talló el excelente imaginero malagueño, y a un cortejo de figuras bíblicas que lo acompañan al sepulcro.

Con estilo y acento propio, la Semana Santa de Canarias es una muestra de fe arraigada y devoción generosa que la enriqueció, y aún la enriquece, con el paso de los años y una fabulosa muestra de arte de cinco siglos con las figuras capitales de la Vida de Jesús. Interpretadas según los cánones tradicionales o con plena libertad creativa, a gusto del autor o del donante, contamos con muestras excelsas de anónimos escultores de Flandes y de flamencos radicados en los grandes puertos peninsulares; de celebrados artistas españoles, que sentaron estilo y ganaron fama, andaluces, levantinos y castellanos; inspirados y exóticos tallistas de las Tres Américas e imagineros locales y foráneos radicados en las islas, que trabajaron con inspiración y celo para una sociedad culta y adinerada y para un pueblo fiel que dispensó a sus obras un afecto que aún dura.

En un conjunto variado y sobresaliente, con excepciones gloriosas, las figuras de Pasión de Canarias constituyen un incuestionable Patrimonio de la Humanidad que las dos diócesis y, con ellas, las instituciones docentes y culturales de Canarias deben reclamar con fundada argumentación y constancia, sobre todo constancia. Hablamos de unos activos culturales extraordinarios en un pequeño y fragmentado territorio de poco más de siete mil kilómetros cuadrados.

Compartir el artículo

stats