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Francisco Pomares

Sumar y restar

Las asociaciones de empresarios suelen ser como los sindicatos, pero en sus oficinas huele a desinfectante perfumado, no a sudor proletario, y no hay carteles pegados con cinta adhesiva a las paredes. Hubo un tiempo no tan lejano en que la posición sobre los asuntos económicos o sociales de los empresarios asociados era influyente ante cualquier Gobierno, fuera de derechas, de izquierdas o mediopensionista. Hoy las asociaciones y confederaciones influyen menos, no solo porque en ellas se debate menos sobre asuntos de interés económico general, también porque hoy todo influye menos, excepto los todólogos de internet que se han bautizado a sí mismos como influencers, que no es que tampoco influyan tanto, pero hacen mucho ruido en su permanente roce con el mínimo común denominador.

La pelea por controlar la CEOE de Tenerife, que se anunciaba en los medios y enteros como un combate hercúleo digno de epopeya, se saldó la tarde del miércoles con el resultado esperado: la opositora Victoria González Cuenca no logró siquiera los avales necesarios para poder participar en la votación. Y no es exactamente culpa de ella: la Confederación tinerfeña, igual que otras muchas organizaciones empresariales del país, decidió hace algunos años evitar conflictos inútiles en la renovación de sus cargos directivos, por la vía de subir el número de avales que precisan los candidatos para poder presentarse a la elección. Ahora ese número debe ser igual o superior al 30 por ciento de los avales totales, con lo que –para entrar en liza– se hace obligatorio contar con bastante apoyo detrás, y eso reduce mucho el aventurerismo conflictivo y la tontería. Doña Victoria no logró los avales suficientes siquiera para ser candidata: ha alegado que el motivo de que no los obtuviera es que Pedro Alfonso, que aspiraba a ser califa en vez del califa anterior, consiguió sus avales antes de que empezara oficialmente la carrera, y con ese argumento piensa denunciar la elección ante los tribunales. Es poco probable que el asunto prospere en los juzgados, pero el mero hecho de plantearlo denota el grado de radicalidad –ruidosa y cainita– que ha alcanzado el enfrentamiento entre la vieja cúpula empresarial y los nuevos y aguerridos mirmidones de la izquierda (sector Marichal).

Uno tiene de lejos la impresión de que la directora financiera del Grupo Chafiras –una mujer con ganas y a la que parece que esto le gusta– ha sido usada para pelear en una guerra perdida, que tiene dos arranques diferentes. El primero viene de lejos, de aquel tiempo ya lejano en el que cada vez que un líder de ATI se miraba en el espejo veía un dirigente empresarial y viceversa: la tradición es que el PSOE sueñe con abrir brecha en CEOE-Tenerife, con sus aliados históricos del sector cárnico, comercial y de alquiler de automóviles, al que ahora se ha sumado Ashotel, la asociación que lidera Jorge Marichal. Y Marichal es el arranque que falta: después de ser expulsado de CEOE tras su condena por fraude fiscal, Marichal –hijo del que fuera factótum del socialismo aronero, Agustín Marichal– ha buscado venganza moviendo los hilos de este intento de darle la vuelta al calcetín. No le ha salido, le ha quedado de hecho muy lejos de salir, y lo que se espera ahora es que Pedro Alfonso inicie el afeitado de las disidencias con cuchilla fina y arte de matador. Para muchos de los empresarios históricos de Tenerife, las formas en que se ha desarrollado esta pelea son imperdonables. Para el nuevo califa, llega la hora de hacer repaso. Alfonso es un tipo bragado, lleva años de segundo de a bordo y nunca ha sido un incendiario: integrará en la dirección de CEOE-Tenerife a todo el que quiera integrarse (Asinca, por ejemplo) pero a los que fueron a por él no los va a perdonar nunca.

Al viceconsejero Olivera, artífice de la frustrada operación de control socialista de la patronal, le han mandado también algún mensaje, con una sorpresiva ayudita del presidente Torres, poco amigo de buscarse líos: el ex de Olivera en Corporación 5, José Carlos Francisco, pasará directamente de la CEOE a la presidencia del Consejo Económico y Social, después de que Torres dejara tirada a la catedrática Gloria Rojas, anterior candidata por consenso con bendición del propio Torres. Muy feo, pero marca de la casa.

Y una pregunta, con su respuesta: ¿Olivera y Francisco no eran coleguitas uña y carne? Pues no. Quizá lo fueran antes. Pero ahora ya no.

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