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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

El mal domingo

El recuerdo de un mal domingo de hace cuarenta y cinco años se alivia y compensa con la memoria de los amigos cultos, hospitalarios, entrañables y divertidos con los que compartimos mesa y sobremesa el día 27 de marzo de 1977 en su casa de la Fuente de Cañizares. Desde el afecto y la nostalgia hablo de Pedro González y Chicha Zerolo y de sus hijos –Pedro Javier, convertido con los años en un referente de las libertades en nuestro país–, Conchi, Eladio y Cristi.

Sucedió que una explosión tremenda nos levantó de los sillones –luego supimos que el estampido se escuchó en gran parte de La Laguna y en los alrededores– y después de apuntar y desechar conjeturas sobre su origen y localización, el recuerdo de un vecino de piso, que ejercía de médico en Los Rodeos, y la inmediata llamada dirigió nuestra atención y nuestras miradas hacia el aeropuerto. Mi dispuesto anfitrión el pintor Pedro González, entonces director de la Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz, me llevó con su coche al lugar del suceso y, desde allí, avisé del terrible notición al inolvidable Jorge Perdomo, decano de los reporteros de TVE y, entonces, residente lagunero, y también a Ernesto Salcedo, director de EL DIA, que pasaba los domingos en Las Caletillas.

Y viene a cuento la columna de hoy a que, en esta semana y para medios audiovisuales, recordé la colisión de dos Boeing 747 –un vuelo regular de Pam Am entre el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York y Gando, y un charter de KLM con salida en Amsterdam y el mismo destino– que se tradujo en el peor desastre de la historia de la aviación comercial.

Aún con algo de susto, repetí los mismos latiguillos de entonces que, como los tópicos, responden a verdades rotundas. Dije, en suma, y repito que el drama del mal domingo nunca tenía que haberse producido porque, para que ocurriera, se sumaron varias circunstancias desgraciadas; las meteorológicas, para empezar, con una densa niebla y una lluvia persistente que dificultaban las operaciones; y, como remate, por el imprevisto desvío de vuelos domésticos, nacionales e internacionales a la pista tinerfeña por una amenaza de bomba del Mpaiac, que congestionaron el aeropuerto tinerfeño Y, además, la comisión de errores humanos como acreditó la investigación judicial.

La colisión ocurrió a las 17,06’50 cuando el avión holandés inició su carrera de despegue mientras el de Pan Am, inmerso en la niebla, estaba en la pista para salir a la carrera de rodaje; cuando el primer aparato lo descubrió no pudo esquivarlo ni elevarse, y lo embistió. El capitán de KLM creyó erróneamente que había recibido la autorización para el despegue y se consumó la tragedia con 583 víctimas mortales y sólo 61 supervivientes, todos ubicados en la parte delantera del aparato de Pan Am.

Con unos medios precarios –cámaras de 16 mm. y negativo Ilford b/n– el pequeño centro de TVE en la Calle de La Marina cubrió las informaciones regionales y nacionales y, desde la mañana del lunes, la demanda de equipos americanos y europeos que se desplazaron a la isla. En mi obligado pluriempleo escribí para este periódico y entrevisté a los testigos posibles porque la democracia joven tenía una pulsión de control pese a la acreditada vocación democrática de los gobiernos de Adolfo Suárez.

Resulta obligado recordar que, frente al estricto control de los medios públicos y los excesos entusiastas del oficio que los plumillas queríamos llevar a la prensa escrita, se llegó a un cierto posibilismo consentido que benefició a espectadores y lectores. En un ejercicio puntual de hemeroteca y de vídeo doméstico recupero el retablo de horror del accidente de Los Rodeos, la muerte esparcida por el asfalto de la pista y la hierba tierna, los ataúdes alineados en los hangares y almacenes y el trajín de trabajadores de distintas disciplinas para dar cierto orden y sentido al desastre dantesco.

Aquella dura labor chatarreros y forenses se cumplió con rigor y respeto bajo estrictas medidas de vigilancia. Ciertos medios de fuera nos pidieron colaboraciones y, algunos, se quejaron de la asepsia, dentro del horror, de los textos y las imágenes. Y, como colofón a una efeméride de alcance mundial, la Catedral de Los Remedios acogió un funeral ecuménico oficiado por monseñor Franco Cascón, un pastor protestante y un rabino judío, con una amplísima representación institucional y una abrumadora asistencia de fieles.

Completo las viejas estampas del pasado con la evocación de las luces y sombras del oficio, con los colegas de entonces, reporteros de a pie y carrera, en sana competencia y camaradería, y los maestros de referencia que alentaron las inquietudes y orientaron el oficio, Ernesto Salcedo y Alfonso García-Ramos, al frente de las cabeceras diarias de Tenerife y, fuera del papel, los cámaras y ayudantes –empezando por el singular Jorge Perdomo– que suplieron la falta de casi todo con vocación, imaginación y audacia.

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