Europa está volcada en una sin duda encomiable campaña de solidaridad con el pueblo de Ucrania, pero que se ha echado, sin embargo, en falta en otras ocasiones, especialmente en relación con el pueblo palestino.
Tal es la queja del conocido historiador israelí Ilan Papé, actualmente profesor de la Universidad de Exeter (Inglaterra) y autor de “La limpieza étnica de Palestina” y de “Los diez mitos de Israel”, entre otras obras muy críticas del Estado judío.
“No podemos ser indiferentes a las noticias e imágenes de la destrucción de Ucrania, de los niños traumatizados, de gente desesperada, pero ¿qué ocurre con el tratamiento que Israel depara a los palestinos?”, se pregunta Pappé (1).
La Unión Europea abre de par en par sus fronteras a los refugiados ucranianos, lo que contrasta con el cierre en muchos casos de las puertas a quienes, llegados del mundo árabe o de África desde 2015, intentan entrar, se queja el historiador.
Pappé recuerda, por ejemplo, cómo el primer ministro búlgaro, Kiril Petkov, llegó al extremo de decir públicamente que los ucranianos “no son como esos otros refugiados a los que estamos acostumbrados: son europeos”.
“Son, agregó Petkov, gente inteligente, educada. No esas oleadas sobre cuya identidad no estábamos nunca seguros, que podrían ser incluso terroristas”. Tal es el nivel de ciertos dirigentes de los nuevos países miembros del club europeo.
Pappé es muy crítico también con los medios de comunicación occidentales: “Prefieren ignorar una realidad humana creada por años de colonialismo e imperialismo”. Y añade: “El racismo permea la política de inmigración de sus gobiernos”.
En opinión del historiador israelí, los medios occidentales “no analizan la decisión rusa de invadir Ucrania en un contexto más amplio” y olvidan fácilmente que “EEUU y Gran Bretaña, entre otros, violaron también el derecho internacional: no es algo que se haya inventado Putin”.
Al mismo tiempo, denuncia Pappé, las mismas publicaciones liberales – The Washington Post, The Nation o The Guardian, entre otras- que hace años advertían del peligro de la existencia en Ucrania de grupos neonazis, hoy minimizan ese fenómeno.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, es, como sabe ya todo el mundo judío, y una de sus primeras decisiones que tomó su Gobierno fue la de retirar a su país del Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino, organismo de la ONU.
Y, en declaraciones a la prensa unos días después de que Israel bombardease Gaza en mayo de 2021, Zelenski dijo, según recuerda hoy Pappé, que “la única tragedia es la que sufren los israelíes”. ¿Cabría decir hoy lo mismo, se pregunta, de los rusos cuando aplastan a Ucrania?
Otra de las lecciones que hemos aprendido con este conflicto, afirma también el historiador israelí, es que “derribar bloques de apartamentos es un crimen de guerra sólo en Europa”, pero no cuando esos edificios se encuentran, por ejemplo, en Gaza.
Hay que condenar sin paliativos los bombardeos por el Ejército de Putin de edificios civiles en Ucrania, pero ¿por qué no se hizo lo mismo cuando los israelíes arrasaron Yenin, en Cisjordania, la ciudad de Gaza o le barrio beirutí de Al-Dahiye.
¿Se habló entonces de sanciones?, se pregunta Pappé, colocándonos frente al espejo de nuestras propias contradicciones.
Es cierto que, como escuché el otro día decir al escritor Javier Pérez Andújar, la ausencia de solidaridad en otras ocasiones no puede servir para desestimar la de hoy con Ucrania. Pero ¿no debería al menos ayudarnos a reflexionar sobre nuestra doble moral?
(1) Artículo publicado en “The Palestine Chronicle”.