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Rafa Muñoz Abad

El gato moro

Y de repente, el viejo contencioso de la descolonización del Sahara occidental ha quedado «resuelto». Solo hay algo más poderoso que la deuda estadounidense, un telefonazo desde Washington, ordenándote algo.

El arrabal moral que es Naciones Unidas, en el cual fantasea Sánchez, Spanish JFK, hablar del Sáhara con ínfulas de Mandela, vuelve a retratarse como lo que es: una inefectiva institución sufragada por los intereses del Tío Sam.

Haciendo un poco de historia exprés, la situación legal y emocional de la excolonia española pasaba por un estancamiento desde la vergonzosa retirada de 1975 bajo una invasión militar travestida de marcha verde, y civil. Entre ese año, y el pasado viernes 18 de marzo, España ha permanecido al margen de las resoluciones ONU, que la señalaban como la potencia administradora del territorio, responsable de su descolonización, y encargada de gestionar un referéndum, con el censo de 1975, que diera una salida justa a la cuestión del Sahara. Así, tras 47 años de dejadez, con una guerra de por medio, Sánchez, ejerciendo del presidente republicano que le gustaría ser, sin figura real de por medio, y con su ya habitual desprecio por las costumbres diplomáticas en la delicada relación Moncloa – Rabat, que históricamente han pasado por un cara a cara real entre ambas casas monárquicas, una de las razones por las que el sultán alauita no lo ha recibido bien, ha tomado una arriesgada y obediente acción para intentar salvar su pésima relación con los EE.UU.

En el trasfondo de esta decisión, podría estar la retirada de las tropas francesas del Sahel, lo cual deja a Marruecos, aliado primordial de Washington e inmerso en un gran programa militar, como único alfil de la lucha contra el integrismo en la zona. Reconozco que el Sahara libre sería un estado débil, futuriblemente fallido, y que podría suponer el establecimiento de corrientes integristas a media hora de avión de Canarias.

Es posible que esa pérdida del compromiso francés en el Sahel, actuando como gendarme contra el islamismo radical, haya hecho sonar las alarmas en Langley, y alguien ordenara llamar a Sánchez para zanjar la pataleta saharaui, y fortalecer a Rabat como ese dique de seguridad que Europa necesita. El gran ruido mediático de lo que militarmente acontece en Ucrania y el vecindario sacrificable de la OTAN ha ofrecido el instante preciso para esta arriesgada y vergonzosa jugada, que no ha salido de Sánchez, o sí, pero que de cualquier manera, una vez más, «solo» beneficia a Washington.

Si bien es cierto que bajo soberanía marroquí el modelo de autonomía del territorio parece ser la solución más beneficiosa para el triángulo Washington – Rabat – París, pues aquí, Moncloa pinta poco, simplemente descolgó el teléfono y obedeció, ese modelo desprecia las resoluciones de la ONU, no contemplando los deseos del pueblo saharaui, que lleva ya media generación en el destierro de Tindouf en el profundo sur argelino. Y es precisamente Argelia, suministrador de gas a España, y archienemigo de Rabat, el riesgo no calculado por la precipitada, u obligada, decisión de Moncloa.

Los últimos gobiernos españoles han confundido el ejercicio de una diplomacia recta, con la servidumbre hacia Marruecos, plegándose a todas sus pataletas y chantajes, en forma de pesca, emigración irregular, y evidentemente, ataques a la frontera de Ceuta y Melilla, con el trasfondo de Canarias en el mapa del gran imperio rifeño. ¿Por qué los primeros ciudadanos mencionados por Exteriores fueron canarios, ceutís, y melillenses, para citar la integridad territorial? Marruecos, el mayor de los pequeños estados expansionistas, deja mucho que desear en nobleza diplomática, pero hace bien en jugar sus cartas con astucia, para siempre ganar el envite al torpe vecino del norte. Por cierto, ¿sabemos que las dos plazas norteafricanas no forman parte del compromiso de defensa de la OTAN? Marruecos tiene su hoja de ruta estratégica y territorial plenamente calculada, y sabe esperar los momentos de debilidad y confusión de su vecino, muy habituales últimamente, para sacar tajada, e ir dando pequeños pasos hacia sus objetivos. Nunca exterioriza, simplemente actúa. Si antes apresaba pesqueros, ahora te manda pateras, o envía a pobres llegados del África subsahariana a saltar la alambrada melillense, para seguir saturando los centros de acogida de su «rico», y también despistado vecino español. Es el gato moro, astuto y paciente, que por agotamiento te vence.

Respecto a Canarias, la derivada inmediata sería que las mínimas opciones que el archipiélago tenía para ser esa entrada a África de los intereses occidentales, eufemismo de inversiones, se habrían evaporado. La segunda podría ser económicamente más dañina, pues si Rabat se lanza a explotar turísticamente la laguna dorada y turquesa de Rio de Oro, actual Dakhla, algo así como Fuerteventura a lo bestia, la sombra de la competencia sería muy dura para las islas.

La suerte del Sahara está echada a favor de Rabat. A los saharauis les espera el destierro eterno, o el pasaporte marroquí; o la irresoluta vía de las armas respaldadas por Argel, y la voz de algún primer ministro nórdico sin intereses en la zona. España ya se fue, bueno, nunca estuvo, solo volverá Sánchez para el retrato del ego.

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