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José María de Loma

Escribir y estornudar

Si Larra hubiese sido alérgico tal vez habría escrito «en España, escribir es estornudar», en lugar de «escribir es llorar». Aunque a lo mejor lloraba de alergia. Uno llora porque llegue ya el verano. Para quejarse del calor, claro. Las autoridades aconsejan vacunarse. No contra ellas, cosa que tampoco estaría mal. Contra el coronavirus y las alergias. El olivo, las gramíneas y el polen vienen fuertes, con ganas de guerra, aromas que pugnan por entrarte por la boca, nariz y oído y dejarte medio KO, sonámbulo, desactivado. Un poco adormecido, dolorido. Sin ganas de vida.

La primavera tiene muy buena prensa y mejor literatura. Excita mucho el ingenio de los poetas. Seguramente porque no son alérgicos. Urge una antología de diatribas contra la primavera, por contrarrestar un poco. Vuelven los picores, los ojos llorosos y la obstrucción de las vías respiratorias. No ver es a veces hasta saludable (¡para lo que hay que ver!), pero no oler y no poder respirar es putada mayor que puede llevarte a serios problemas de desenvolvimiento cotidiano e incluso de supervivencia.

Hemos escrito «serios problemas» así a lo loco, como un vivales, sin reparar en el topicazo, dado que los problemas son siempre problemas. Grandes o pequeños, sí, pero siempre serios. No hay problemas no serios. Entonces no serían problemas. Engrosarían las filas de la anécdota o del pequeño obstáculo. Obstáculo o cortapisa e incluso valladar. También óbice o impedimento.

El mar ayuda a mitigar los males de la alergia, pero no es garantía de nada, afirman los expertos. Los expertos en alergias, no en mar. A mí sí me mejora y tranquiliza, me da algo de paz y me adecenta el paisaje. El mar. El mar como fuente también de inspiración eterna. O como fuente eterna de inspiración. Ya lo decía Julio Camba: «Estoy pensando siempre en el artículo del día, así que veo una vaca y pienso en un artículo. Me ponen el mar y en vez de bañarme pienso en dedicarle un artículo». Y así va uno por la vida, encima sin garantías de poder acabarla, como él, en el Palace.

A mí, decía, me gusta el mar pero sobre todo si no estoy alérgico y sí en una tumbona con un libro. Un libro de los que no me den alergia, claro. Un libro bien armado, redondo, cautivante, si acaso con un crimen por resolver o una tensión sexual que se resuelva bien; con sus secundarios (uno con alergia) pérfidos, sus personajes bondadosos y todo en exóticos escenarios, aunque también me vale Madrid, por ejemplo, que fue testigo (no mudo) de nuestros aprobados, alergias, juergas y añoranzas del mar. Arde el mar, que diría Gimferrer. No saca libro ahora. Si lo hiciera sería estupenda medicina para la moral y los biorritmos de un cuerpo con alergia. Pañuelo.

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