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con la historia

Un bumerán no siempre vuelve

Ahora que lo peor de la pandemia del coronavirus parece haber pasado (cruzamos los dedos para que así sea), se están empezando a poner en evidencia algunas de las consecuencias de esta crisis sanitaria mundial más allá de lo que tiene que ver estrictamente con la medicina y el tratamiento de esta nueva enfermedad.

Un bumerán, útil creado por los aborígenes australianos.

Hace dos años la vida de muchos de nosotros cambió radicalmente y si bien, poco a poco, se está intentando volver al mundo prepandémico, el tiempo no ha pasado en vano y todo ello ha dejado rastro. Por ejemplo, en el ámbito educativo ya se están empezando a publicar estudios que evidencian lo que muchos profesionales del sector intuían y es que durante el confinamiento los niños perdieron capacidad de aprendizaje en materias como las matemáticas.

Quienes también lo han pasado mal son los que ya habían dejado atrás la etapa estudiantil y hacía poco que se habían intentado independizar gracias a su incorporación al mercado laboral. El problema fue que, con el covid-19, la economía se frenó en seco y muchos jóvenes perdieron el trabajo, habitualmente precario, que tenían. Sin dinero para poder pagar ni el alquiler de un piso compartido, se vieron forzados a volver a casa de sus padres. Este fenómeno, que está llamando la atención sobre todo en el mundo anglosajón, ha dado pie al concepto Boomerang children.

Hace 20.000 años. No hace falta explicar que este apodo remite a uno de los elementos de la cultura material más famosos de las tierras oceánicas. Y con utilidades casi infinitas. Servía para tantas cosas que parece una especie de navaja suiza de los aborígenes australianos.

Según el Museo Nacional de ese país es una herramienta antiquísima que, al menos, se remonta a hace 20.000 años, que es la edad que tienen los primeros dibujos grabados en unas rocas donde aparece representado este utensilio. Habitualmente se utilizaba para cazar todo tipo de animales, desde marsupiales como canguros y ualabis hasta los lagartos llamados goanna, sin olvidar a los pájaros. En este caso, más que intentar abatir al animal dejándolo aturdido de un golpe, se lanzaba contra una bandada para asustarlos. Las aves desviaban la trayectoria y eran atrapadas en redes. Según los expertos, alguien con pericia puede acertar un objetivo a más de 100 metros de distancia. No es extraño, pues, que también se utilizara como arma de guerra. Sin embargo, también tenía aplicaciones más pacíficas pero básicas para la supervivencia. Por ejemplo, funcionaba como pala para excavar y obtener raíces de debajo del suelo; e incluso era utilizado para encender fuego frotándolo con hierbas. Todo esto lo han descubierto los arqueólogos de la Universidad Flinders de Adelaida mediante el análisis microscópico de las marcas que hay en unas piezas que tienen casi 400 años de antigüedad, cuando los europeos solo habían ocupado una ínfima parte del territorio.

Para los aborígenes, el bumerán era parte fundamental de su cultura, tal y como lo demuestra el hecho de que para contar el origen de su tierra tenían historias mitológicas donde las montañas y la costa surgían porque sus ancestros habían lanzado esta herramienta voladora.

Ahora bien, no todos los australianos la utilizaban. Los habitantes de las zonas boscosas no conocían el bumerán. Tiene lógica. Es inútil en un lugar lleno de árboles. Otra cosa importante que hay que saber es que no todos tenían ni el mismo tamaño ni la forma que habitualmente asociamos a los bumeranes. Los que tenían funciones bélicas, por ejemplo, eran muy grandes y podían alcanzar los dos metros.

Es probable que ahora algún lector se esté preguntando cómo podían volar y volver a su punto de origen unas herramientas de esos tamaños. Es que no lo hacían. En realidad la mayoría de los bumeranes solo hacían el camino de ida. Tan solo una pequeña parte de estas piezas de madera estaban construidas para llegar de nuevo a manos de su propietario. Pero ahora ya es demasiado tarde para cambiar esta convicción popular y por eso a todos aquellos jóvenes que se han visto forzados a volver a casa se les ha colgado la etiqueta de bumerán. A ver si hay suerte y la próxima vez que salgan volando no tienen que dar media vuelta a regañadientes.

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