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Alfonso González Jerez

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Alfonso González Jerez

Sopicaldo de cisne negro

Hay gente que sirve para todo. Para indignarse, para ser independiente, para poner el cazo y olvidarse de anteriores curiosidades e indignaciones. O para ser sedicentemente socialista, economista postinudo y entrañable amigo de grandes empresarios. El señor Antonio Olivera, por ejemplo, es capaz de ser viceconsejero de Presidencia y al mismo tiempo semiportavoz del Gobierno. Al parecer por inspiración de Olivera, y sin que Román Rodríguez y su equipo se posicionen en sentido contrario, el Gobierno de Canarias no es partidario de disminuir la presión fiscal, siquiera moderada y selectivamente con el objetivo de reanimar la actividad económica. Al parecer esa convicción del viceconsejero es una obviedad que se aprende en el primer cuatrimestre del primer curso de Ciencias Económicas. El problema es la escalada de la inflación.

Estamos metidos hasta el cogote en un buen problema en el que de nuevo nuestras fragilidades económicas y sociales de naturaleza estructural, nuestra dependencia extrema, la ausencia de eso que llamaba Ortega «un proyecto sugestivo de viva en común» y la fragmentación más o menos simulada de las élites políticas nos han llevado al borde del abismo. En el caso canario, más concretamente, se han juntado el hambre gubernamental con las ganas de comer de los trabajadores y las clases. Un gobierno obsesionado con un desarrollo eficaz y eficiente de políticas sociales y, sobre todo, asistenciales, pero que dentro de su estrecha capacidad normativa no ha modificado –salvo el IGIC y no espectacularmente– su política fiscal. Para nada. El relato fundamental del Gobierno, sinceramente, no se me antoja demasiado izquierdista. Ha consistido en soportar estoicamente la pandemia y después de certificar su arrinconamente; después, ya, mañana mismo, el turismo se reanudaría hasta superar los doce, trece, catorce millones de visitantes, y gracias a los fondos Next Generation, que tengo en las manos, se modernizaría, crecía y cohesionaría el pulso y eso nos colocará en condiciones óptimas en el plazo de una década.

Recientemente el presidente Torres habló de cisnes negros y, en efecto, lo que no resulta fácil es encontrar ahora mismo un cisne blanco. Una guerra. En Europa. Y que amenaza seriamente en convertirse en una conflagración mundial. Por supuesto que hay todavía millones de europeos capaces de tumbarse al sol durante el apocalipsis. Pero no bastará para reactivar y diversificar nuestra economía. En realidad todo ha cambiado. El mundo es y será más inestable e inseguro en los próximos lustros. Y Canarias es frontera sur de la Unión Europea, una balustrada hacia África. Es necesario repensar Canarias –su situación geoestratégica, su defensa militar, su estructura económica y su sempiterna diversificación, la reforma de sus administraciones públicas, sus exigencias hacia el Estado en relación a la política migratoria, la gestión de los fondos extraordinarios, la fiscalidad durante la nueva crisis– y eso debe hacerse para definir y compartir una estrategia política a medio y largo plazo con todas las fuerzas parlamentarias. Y con cierta premura. Seguir simulando que estamos en 2019, es más, que podemos regresar tranquilamente a 2019, que solo debemos esperar a que escampe, que aquí no puede sufrirse desabastecimiento, que la inflación no puede rompernos el espinazo, que la seguridad de Canarias no puede verse alterada por ninguna circunstancia es una auténtica irresponsabilidad que no puede asumir un Gobierno, por supuesto, pero tampoco las élites políticas, empresarias e intelectuales del país, si las hubiera o hubiese, por supuesto.

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