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Isabel Díaz Ayuso | presidenta de la comunidad de madrid. verdugo de pablo casado

Lady Di-az, la princesa del pueblo

Equiparar a Isabel Díaz Ayuso con Evita Perón peca de inmediatez. El festival caníbal que ha propiciado en el PP se entiende mejor troceándola en Lady Di-az, la princesa atolondrada y de cabeza hueca que excitó el fervor de las masas para desesperación del neogótico Carlos de Inglaterra, en adaptación libre de Pablo Casado.

Se despeina al hablar, tiene la imagen plana de una estrella del cine mudo en permanente melodrama y de difícil pestañear, de ahí esas fotos de Dolorosa que aquietan sus zarpazos, su perplejidad depredadora cuando acusa al PSOE de terrorista, independentista y comunista en una sola frase, en cada frase. El millón y medio largo de votos a Lady Di-az son nominales y unipersonales, se desvanecerán si parpadea, la atesoran como su estatua de la libertad de Lladró.

Lady Di-az no sabe cómo lo hace, nada nuevo para los expertos en historia británica gracias a The Crown. Los celos de Casado significaron su perdición, más odiaba a su esposa cuanto más ella insistía en quererle. No toleraba que le arrebatara el protagonismo en la infinita agenda de la capital, que alineara los flashes, que se atreviera descarada a la pregunta retórica de «¿Qué va a hacer el Rey?, ¿va a firmar los indultos?». Al pobre príncipe ya jubilado casi se le atraganta la mascarilla.

Las zancadillas no surtieron efecto. La inconsciencia primitiva de Lady Di-az salvaba obstáculos sin importarle el parte de bajas. Aceptemos la carnicería en sus residencias de ancianos durante la pandemia, la explotación de los sanitarios sin resuello, los muertos por coronavirus a escala de conflicto bélico, la pérdida de tres años de esperanza de vida. Los madrileños están dispuestos a vivir menos, siempre que sea a sus órdenes.

Carlos de Inglaterra y Casado intentaron sabotear el ascenso irresistible de sus Lady Di, aquel «¿vendrá Letizia?» que la Familia Real sobrellevó como un estigma cuando la periodista recién llegada era más solicitada que un rey o una reina consagrados. Las coaccionaban, les modificaban las comparecencias públicas, les enfriaban los baños de multitudes, les anulaban la personalidad. Sin éxito. El presidente caído del PP aprobaba las asignaturas a tal velocidad que no le daba tiempo a reposar las enseñanzas de otro gran estadista, también superado por la mujer que le acompañaba en el tique. Así habló el presidente JFK: «Soy el hombre que ha viajado a París con Jackie Kennedy, y me lo he pasado muy bien».

Cuando el avión despega de Madrid, «¡Lady Di-az, Lady Di-az!» es un clamor que se amortigua conforme el aparato se aleja del vórtice. Sin embargo, no cabe menospreciar a una capital donde, una vez verificadas todas las denuncias de ineficiencia o crueldad, le votan por fuerza y con fuerza los médicos o enfermeros sobrepasados, los familiares de los enfermos graves y fallecidos por la covid. Si no se incluye además entre los sufragios a personas convencidas de la excesiva proximidad del hermanísimo, no salen los recuentos. La actividad de la oposición obliga a confrontarla con los cadáveres, bajo una cláusula estremecedora. Con menos muertos, Ayuso tendría más votos.

El éxtasis de los descamisados de Loewe ante Lady Di-az cegó a Casado. Solo el PIB o Personaje Ingenuo en Bruto de García Egea pudo imaginar que se derriba a un mito demostrando que su hermano Santo Tomás, tocarás para creer, ha transformado la pandemia en oro, el oronavirus.

Lady Di-az habla claro, no importa que no sepa hablar de otra manera. La princesa del pueblo se parece al futbolista obligado a correr de más, a prodigarse para disimular sus carencias. La presidenta madrileña no sabría escribir el Políticamente indeseable de Cayetana Álvarez de Toledo, aunque podría leerlo con cierta aplicación y nunca es demasiado tarde para intentarlo.

Alguien levanta la mano al fondo, para recordar que no tiene demasiado mérito liquidar por derribo a un perdedor por duplicado. Esta conclusión apresurada olvida un axioma de la política española: «Todo derrotado en dos elecciones acaba por ganarlas». Se le ha aplicado hasta ahora a Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez; cuesta sentenciar que la ecuación no hubiera funcionado con Casado.

La instantaneidad de Ayuso la conducirá con cierto retraso al balance provisional de que se ha limitado a hacerle el trabajo sucio a Núñez Feijóo, pero la acrítica y acríptica Lady Di-az sabe que el pueblo siempre populista la quiere a ella, aunque sea un amor sin porqués.

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