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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

No hay guerra en Ucrania

No hay guerra ni mucho menos una invasión de Ucrania, sino una «operación militar especial». Así la define el puntilloso Vladimir Putin, que probablemente no haya leído a George Orwell, pero aun sin saberlo está hablando en la neolengua que el escritor británico inventó en 1984, su famosa novela de anticipación.

Orwell, un revolucionario escandalizado por la barbarie del fascismo y del estalinismo (valga la redundancia), se inspiró en la propaganda nazi y soviética de la época que le tocó vivir para caricaturizarla en sus narraciones.

De ahí que idease, antes que Putin, la existencia de un Ministerio de la Verdad que establecía algunas singulares certezas, tales que «la guerra es la paz», «la libertad es la esclavitud» y «la ignorancia es la fuerza». Nada cuesta distinguir tras estas frases de ficción la conocida pregunta: «¿Libertad, para qué?» de Lenin o el deseo de luchar por la paz que caracteriza a tantos invasores. También Putin –como antes, Bush– lucha por la paz, que viene a ser el equivalente de fornicar para reducir la natalidad.

La neolengua orwelliana de Putin ha encontrado eco entre sus colegas en esta operación especial a la que solo las decadentes democracias occidentales insisten en llamar guerra. Hay partidos e incluso instituciones religiosas que en estos días son muy capaces de emitir comunicados a favor de la paz y de la solución diplomática de la matanza sin emplear una sola vez las palabras «guerra», «Rusia» o «invasión».

La guerra, según ellos, habría sido más bien la consecuencia de intrincados factores geoestratégicos y, en no pequeña medida, de las provocaciones de Ucrania, de la OTAN, de la UE y del sursum corda. Algo así como el caso de aquella mujer acosada sexualmente por su jefe a la que un juez español le reprochó que vistiese una provocadora minifalda. Van como van, y luego pasa lo que pasa.

Probablemente a la Alianza Atlántica y a la Unión Europea les faltase sutileza a la hora de admitir –o incluso captar– a las naciones antes situadas bajo el mando de la URSS. Sobre todo, a las geográficamente más cercanas a Rusia, prolongando así una guerra fría que ya había perdido su razón de ser.

Putin, un antiguo teniente coronel del KGB que procede de aquella época oscura, se ha limitado a aprovechar ese pretexto para intentar la restauración del imperio zarista por la brava. Sorprenderá, si acaso, que su anacrónico propósito goce del apoyo de la ultraderecha y la ultraizquierda de Occidente; pero ya se sabe que la razón suele perecer cuando empiezan a sonar los cañones.

Aun así, una guerra con toda su secuela de destrucción, muertos y refugiados es asunto poco popular, por lo general. Sin duda ha de ser esa la razón por la que el agresor –y quienes le apoyan– tengan que recurrir al lenguaje novelesco de Orwell para calificar la invasión de Ucrania como una simple «operación especial».

Igualmente orwelliano es reputar al país invadido de atacante; y de nazis a los líderes de una democracia cuyo presidente –judío, para más inri– suplica el ingreso de Ucrania en la Unión Europea. Conocida organización hitleriana, como nadie ignora.

Ni siquiera estos hallazgos lingüísticos del Ministerio de la Verdad de Putin le sirven de gran cosa en Rusia, donde miles de manifestantes arriesgan prisión y maltrato por manifestarse contra la guerra. Esa bicha que el ocupante del Kremlin y sus colegas de por aquí evitan nombrar. La guerra es la paz y Putin es Bambi.

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