eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Parece una tontería

Todo cabe en una mano

Asombra pensar que la mano que te choca esos cinco es la misma que, un momento antes, quizá empujó a alguien en el metro, y solo un poco después, se lleva una cuchara a la boca, o dice adiós desde la acera, o se pone crema en la cara, o espanta el humo del cigarro para que nadie lo huela. La mano no encuentra fronteras. Sabe hacer de todo. Sirve para dejarle claro a alguien que lo quieres, o que ya no, o para apretar el gatillo, abofetear en Gilda a Rita Hayworth, cerrar un grifo, hacer el gesto de las tijeras.

¿Qué no se puede hacer con la mano? En ocasiones su alcance es tan abstracto y opaco que el poder absoluto cabe dentro de ella, y aún hay sitio para más poder. Es capaz de acabar con miles de personas sin que nadie la mire. En algunas personas lleva una discretísima vida de varita mágica. Otros días, en cambio, no sabes dónde ponerla, como si fuese un paria, algo demasiado torpe y anodino como para llevarlo a la vista, y la abandonas en la oscuridad del bolsillo. Quizás son esos días en los que, lleno de confianza, crees que el mundo puede dirigirse con la mirada, sin tocar nada. Recuerdo cuando, en la adolescencia, barría la cocina con una mano en el bolsillo, y mis padres se indignaban en lugar de admirarme por ello.

Si hace falta, una mano pone el mundo del revés. O al menos la parte del mundo a tu alcance. Hace unas semanas, con la misma mano que los fieles a Pablo Casado lo acuchillaron por la espalda, lo aplaudieron poco después, cuando solo parecía vivo y ya no pintaba nada en el PP. No hay registro que la mano no domine. «Las manos del presidente marcan la determinación del Gobierno», escribió hace unos meses La Moncloa, en uno de esos tuits con los que te hacen reír sin querer.

Todo, lo bueno y lo malo, está empujado por una. No se pueden contar las cosas que hacemos con ella. Hasta pensar, puede hacerse algunos días con las manos. En última instancia, la cabeza te pide que roces, remuevas, alejes, levantes, fuerces, arrimes, destruyas, y de esa manera culminan las manos el ciclo de las ideas. Ellas solas lo cambian todo en un segundo, en horas o en años. Tienen el secreto de todas las velocidades. Todo lo pueden: primero una cosa y después la cosa contraria, como pasó con el PP. En sus infinitos y silenciosos gestos declaran el amor, las hostilidades, comprometen la palabra, confirman la amistad, el miedo, la fe, el crimen, incluso el sabor de las cosas al chuparte los dedos.

¿Hay forma de parar los pies a las manos? Julio Cortázar lo hizo en uno de sus primeros cuentos, en el que su protagonista, Plack, se pelea a puñetazos con su amigo Cary cuando este le dice «eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta». A raíz de la reyerta, a Plack empiezan a crecerle las manos. Primero no le entran en los bolsillos, después le arrastran los dedos por el suelo, y pronto no consigue hacerlas pasar por las puertas. No cuento el final pero, en su desesperación, Plack decide cortar por lo sano.

Compartir el artículo

stats