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Matías Vallés

Juan Carlos I, en tierra de Putin

Un trono es una jaula en busca de pájaro, por seguir a Kafka. El Rey emérito logró zafarse de los barrotes, para convertirse en el único refugiado europeo que halló cobijo en Abu Dabi. Tal vez para neutralizar la entrevista con Iñaki Urdangarin en la Cope de su amigo Carlos Herrera, el petromonarca desenjaulado pacta el lunes una carta apresurada y conjunta con su hijo, al que considera un usurpador. El emigrante Juan Carlos I desnuda su corazón en dos folios tan desgarradoramente íntimos que se leen con cierto rubor. Felipe VI aporta dos líneas yertas donde «respeta y comprende», las contribuciones son proporcionales al peso específico respectivo de los protagonistas del intercambio epistolar. Los grandes gobernantes están sobrevalorados, porque la confesión regia trasladada por la Casa del Rey es un escrito de sobremesa, saciado y autocomplaciente, redactado con el palillo entre los colmillos. Juan Carlos I se deshace en elogios hacia Emiratos, aprovechando el conocimiento de primera mano de una geografía ignota para sus súbditos. En tan exóticos y desolados parajes ha encontrado un dechado de «tranquilidad» y «una magnífica hospitalidad». Juan Carlos I parece un agente de viajes del Golfo. Contrasta la adjetivación entusiasta de Emiratos con la ausencia de una sola mención de encomio o añoranza de España, país donde ha reinado accidentalmente durante cuatro décadas. No transmite displicente que se quedará en Abu Dabi, como se han apresurado a titular los pacificadores. Proclama por escrito que hará lo que le venga en gana, igual que hasta ahora pero en descarado gracias al pasaporte diplomático que le ha extendido el Tribunal Supremo. El petromonarca se reserva de hecho el comodín amenazador, «si en el futuro volviera a residir en España». En un panorama de presuntos culpables, Juan Carlos I se ha convertido en el único inocente, gracias a una investigación estéril que no ha llegado a ninguna parte. Menudos aires se gasta tras haber derrotado a la fiscalía, solo le ha faltado exigir que le desempolvaran el yate Fortuna, que le incautó Rajoy como precursor de la persecución a los oligarcas. Las afinidades electivas de Juan Carlos I tienen una proyección geoestratégica. El otro Rey venera de su puño y letra a Emiratos, un país o equivalente que se negó a condenar la invasión rusa de Ucrania en el consejo de seguridad de la ONU, donde ocupa un asiento de miembro transeúnte. Se abstuvo junto a gigantes tan significados como China o la India. Juan Carlos I ha arraigado por tanto en territorio Putin. El activismo prorruso de Emiratos no se limita a desentenderse de la agresión. En medio de la apertura generalizada de las fronteras mundiales a Ucrania, los jeques Zayed de Abu Dabi y demás obligan ahora a los visitantes ucranianos a tramitar un visado, que no precisaban antes de la guerra. El alineamiento con el sumo oligarca de Moscú es indiscutible, tal vez la muestra de solidaridad entre grandes evasores fiscales sea una iniciativa del penúltimo Rey de España, que es un jefe de Estado auténtico frente a los emires de un micropaís de tamaño inferior a Mallorca o a 46 de las provincias españolas. El Rey se ha reconvertido en el correo del zar, porque una guerra no admite paños calientes y la «magnífica hospitalidad» ha de compensarse participando de los designios geopolíticos del anfitrión. Si Juan Carlos I desea seguir en Abu Dabi, que se pague como mínimo la seguridad. Sale muy caro mantener a la Familia Real desperdigada por paraísos fiscales como Suiza y Emiratos. Los compromisos policiales se aceptaron presumiendo, tal vez sin base, que los reyes de España habitarían el país susodicho.

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