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Humberto Hernández

OBSERVATORIO

Humberto Hernández

Nuestra historia en unas pocas palabras

Ya he ponderado en numerosas ocasiones el valor de la palabra y he propuesto reflexionar sobre su enorme capacidad para conformar la realidad y no solo para referirse a ella; también, para crear belleza, para transmitir emociones, establecer relaciones, expresar ideas propias y hasta hacer las nuestras compatibles con aquellas otras que se nos presentan como opuestas, y es este enorme poder de la palabra el que aporta el justo sentido a los verbos «dialogar», «negociar» y «parlamentar», y el que justifica la existencia de un lugar denominado «Parlamento», aunque haya algunos de los que ocupan sus escaños que olvidan el ilustre origen de la voz. Porque las palabras no son inocentes, y ya sabemos que además de su significado propio, recto o denotativo, pueden venir acompañadas de valores secundarios o connotaciones, muchas veces de carácter ideológico, orientados a tergiversar la realidad, ocultándola o presentándola de modo interesado en beneficio de intereses partidistas: «Un adjetivo o un verbo –ha escrito Tomás Eloy Martínez–―suelen contener más energía que un átomo de uranio, y eso se sabe solo cuando estallan». Como explosionan ahora en territorio ucraniano, tristes momentos en los que estamos asistiendo al fracaso de la palabra.

Sin embargo, bien vale la pena que tratemos de liberarla y relegar sus potenciales efectos catastróficos, porque también con las palabras se elaboran bellos textos y se reconstruye la historia de un pueblo: tal es su poder evocador. De este modo, hemos sido capaces de revivir nuestro pasado, sintiéndolo y valorándolo, sin necesidad de otros auxiliares por más representativos, por icónicos, que pudieran parecer: nunca entenderé el tan manido y socorrido tópico de que una imagen vale más que mil palabras.

Con frecuencia, y con el afán de visualizar el transcurso del tiempo y de situarnos en el contexto en que nos ha tocado vivir, hemos reelaborado la pasada realidad con ingredientes de nuestra imaginación aderezados con su propia capacidad estética que la palabra bien utilizada puede aportar; surge así la historia literaturizada, como en las grandes epopeyas nacionales: La Iliada (s. VIII a. C.), La Canción de Roldán (s. XI), El Cantar de mío Cid (s. XIII), La Divina Comedia (s. XIV), Os Luisiadas (s. XVI). Los canarios también tenemos nuestra propia epopeya gracias al ingenio de Antonio de Viana en su Antigüedades de las Islas Afortunadas, más conocido como el Poema de Viana (s. XVII), objeto de numerosos estudios críticos, desde Viera y Clavijo hasta M.ª Rosa Alonso.

Con menores pretensiones estéticas y aprovechando la licencia prosaica de un filólogo que carece de la gracia que no quiso darle el cielo (permítaseme que parafrasee al Príncipe de los Ingenios), trataré de resumir «nuestra historia» a través de «nuestras palabras», sin considerar de ningún modo estos adjetivos de posesión en un sentido exclusivista, sino con el valor mayor de contribuir a una historia y a una lengua en la que nos integramos con sincero y legítimo orgullo, pues «El proceso histórico y lingüístico vivido por las islas fue […] uno de los hitos fundamentales para la mayor de las aventuras en la maravillosa historia de la lengua española, la de mayor trascendencia humana y cultural: la llegada al continente americano y su consiguiente expansión», como afirma Francisco Moreno Fernández en La maravillosa historia del español (Espasa Libros, 2017).

El origen de este intento historiográfico fue la preparación de una conferencia sobre la modalidad canaria que hube de impartir en la Universidad de La Rioja, allí donde se considera que fue la cuna del español. Para ello solicité el auxilio de mis sabios colegas dialectólogos de la Comisión de Lexicografía de la Academia Canaria de la Lengua, a quienes pedí que me proporcionasen un listado con la media docena de canarismos que considerasen los más emblemáticos y con mayor trascendencia y proyección fuera de nuestro ámbito insular. No voy a hacer un comentario de los resultados, que sí tienen interés para los estudios dialectales y que expondré en otro lugar, aunque adelantaré que en la lista de los canarismos más frecuentes resultantes de la encuesta pude reconocer una buena parte de nuestra historia prehispánica (en las palabras gofio y guanche), de nuestras estrechas relaciones con América (papa y guagua), de la enorme influencia portuguesa (fajana, caldera, jeito, millo y maresía) y, por supuesto, las del español peninsular de aquellos momentos (mojo, alongarse o timple), muchas de las cuales han permanecido vivas en nuestro dialecto.

Su frecuencia y vitalidad revelan la supervivencia de unos mismos alimentos, costumbres y tradiciones, que han permanecido inalterados a lo lago de los siglos, como el gofio y el millo, y otras revitalizadas a causa de una naturaleza que se empeña en recordarnos nuestros orígenes telúricos, como la muy reciente fajana. Solo dos canarismos no aparecieron en el académico listado: los gentilicios canario e isleño, y es natural que así fuera, pues son los foráneos, y no los propios, quienes utilizan estas denominaciones sobre nuestro origen geográfico.

Estas son las palabras más representativas agrupadas temáticamente y relacionadas con nuestra historia.

1.El gofio de millo: Prehispanismos y portuguesismos

Es «gofio de millo» un sintagma que resume una buena parte de nuestra historia. Gofio, un guanchismo que sintetiza toda la compleja riqueza de la identidad canaria, desde los más diversos puntos de vista: antropológico, etnográfico y sociopolítico. Documentada desde el siglo XVI, la voz hace referencia a la tradicional harina elaborada a base de diferentes granos tostados, como el trigo, la cebada o el millo, portuguesismo este referido al cereal muy difícil de disociar del guanchismo gofio y que, sin lugar a dudas, ha terminado por desplazar a la voz maíz, de mayor uso en el mundo hispánico: un canarismo, pues, plenamente asentado en el dialecto como los otros muchos portuguesismos que lo caracterizan, buena prueba de nuestras estrechas e intensas relaciones con Portugal.

2.Papa y guagua: Americanismos y anglicismos

A pesar del intento ¿lexicográfico? de neutralizar el carácter general de la palabra papa, considerándola como una voz dialectal frente a patata, los canarios hemos permanecido fieles a su origen americano; su pervivencia es también indicadora de nuestras relaciones con el Nuevo Mundo, pues la voz procede del quechua y se documenta en Canarias desde que se introdujo el tubérculo en el siglo XVII. En el español peninsular, por cruce con batata, adoptó la forma patata, que, durante mucho tiempo, desplazó a la genuina papa a la consideración de dialectalismo. Hoy ya, aunque con inexacta localización diatópica, el diccionario académico atribuye a patata la consideración de voz propia del español de España (por medio de la marca Esp.), sin especificar que no sucede así en el dialecto canario, modalidad que se inscribe, por supuesto, como uno de sus dialectos, en territorio español. Pero nosotros lo sabemos muy bien y seguimos hablando de papas, de papas azucenas, papas bonitas, papas chineguas (o quineguas) y papas autodate, denominaciones, estas dos últimas, en las que ha quedado la huella de un hecho histórico, como fueron las estrechas relaciones del Archipiélago con las Islas Británicas en los siglos XIX y XX, pues las llamadas papas quineguas y las papas autodate no son otra cosa que adaptaciones españolizadas de las marcas comerciales King Edward y up to date.

Es también el canarismo guagua, de significado bien conocido, una adaptación del inglés waggon, voz traída de Cuba en el siglo XIX por los inmigrantes que volvían a las Islas. Se cruza esta vez la influencia inglesa con el sustrato amerindio (el quechua wáwa) que da lugar a un meridionalismo que también nos identifica y que resiste a la presión de voces de mayor extensión en el mundo hispánico, como bus, autobús o autocar.

3.La fajana del volcán de Cumbre Vieja: Nuestro origen volcánico

Aunque documentado el portuguesismo fajana desde el siglo XVI, su elevada frecuencia de uso en la actualidad ha tenido su origen en la erupción del volcán palmero de Cumbre Vieja acaecido el 19 de septiembre de 2021. La voz, que en esta ocasión surge con el renovado sentido de plataforma que se ha ido formando con la lava del volcán al pie del acantilado, con características similares a las fajanas tradicionales, nos recuerda nuestros orígenes volcánicos compartidos con otras islas de la Macaronesia, y con otros tantos vestigios lingüísticos que enriquecen nuestro idioma, desde malpaís, caldera o jameo, o las variadas denominaciones de las arenas volcánicas (picón, zahorra, rofe, jable o tosca).

4.Canario e isleño: Más allá de las fronteras de nuestro Archipiélago

Nuestra historia se proyecta más allá de estas Islas, y esta proyección se manifiesta a través de la presencia de nuestro dialecto allende los mares, como son sus propios rasgos fónicos y gramaticales y por la plena vigencia de nuestro léxico particular en otras áreas del español, hecho que demuestra que el canario es una modalidad reducida si nos atenemos solo a la extensión de nuestro territorio y al número de los que somos sus naturales hablantes, pues la historia revela su extraordinario papel en la expansión del español, tanto que podríamos añadir dos canarismos más que, por otra parte, avalan lo que venimos diciendo. Canario e isleño son, en principio, voces del español general que presentan acepciones propias que, en buena medida, tienen que ver con la proyección panhispánica del dialecto.

Canario es voz con un gran contenido histórico y cultural, pues no solo constituye nuestro gentilicio, sino que, como es bien sabido, se refiere también a un pájaro de reconocimiento universal por su bello canto, a un baile con origen en las Islas y a este dialecto que nos caracteriza e identifica. Pero es también la voz canario la que da nombre a los ciudadanos de ciertas localidades de Uruguay (los habitantes de Canelones). Como isleño, que, por su parte, es el nombre que antonomásticamente reciben en el Nuevo Mundo los inmigrantes de las Islas Canarias, pues como tales se reconocen, por ejemplo, ciertos habitantes de Luisiana, porque de estas islas procedían sus antepasados.

El español de Canarias sigue estando presente en los idiolectos de muchos descendientes de canarios que habitan en amplias zonas del continente americano, y no son muchos los dialectos que pueden ostentar la condición de mantener tan fuerte su influencia más allá de los límites geográficos del que son originarios. Como no son pocos los estudios lingüísticos de este dialecto canario (posiblemente uno de los más estudiados) y de estas modalidades extrainsulares del canario, señal inequívoca de nuestra notable proyección panhispánica.

Con estas consideraciones no es difícil concluir que en nada es excesiva la importancia que en el Estatuto de Autonomía se le concede a la modalidad lingüística canaria reconociéndola como patrimonio cultural de extraordinaria importancia (arts. 27.4 y 137.1) y comprometiendo a los poderes públicos en su defensa, promoción y estudio (art. 37.7).

Y estas palabras, por el bien de todos y de la cultura canaria, también deberían formar parte de nuestra historia haciéndose efectivas como cabe esperar.

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