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editorial

Un mundo más justo sin pasos atrás

El 8 de marzo de 2018 (parece que fue anteayer y que han pasado siglos), miles de compañeras del periodismo y la comunicación de toda España se sumaron de manera inédita a una huelga multitudinaria bajo la consigna #LasPeriodistasParamos. Espoleadas por el éxito del Primer Paro Internacional de Mujeres durante el 8M de 2017, que impulsaron distintas organizaciones feministas de más de 50 países de todo el mundo, la movilización del 8M del año siguiente hizo historia.

Riadas de cientos de miles de mujeres tomaron las calles para reclamar la igualdad real entre hombres y mujeres, contra la violencia machista, contra la discriminación y desigualdad salarial, contra el acoso, por el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos. «Si se paran las mujeres, se para el mundo», clamaron.

Pocos meses después, en noviembre de ese mismo año, nacía la asociación Vivas. Mujeres canarias de la comunicación, conformada por profesionales de distintas ramas del periodismo y la comunicación en las islas que defienden el feminismo como teoría, acción y movimiento necesario para alcanzar la igualdad real en todos los ámbitos de la vida, pero también en el sector, conscientes de la enorme trascendencia e influencia social de los medios en el discurso y el imaginario colectivo.

Nunca antes, en la trayectoria del sector en las islas, habían unido sus voces las profesionales del periodismo para denunciar que el hecho de ser mujer supone enfrentarse a un evidente techo de cristal y a una gran precariedad, amén de esfuerzos redoblados con respecto a sus homólogos masculinos para conquistar un espacio propio de credibilidad, respeto y reconocimiento.

Los hitos y efectos del feminismo en los medios de comunicación han sido casi instantáneos desde entonces, a escala nacional: la introducción de la perspectiva de género en el tratamiento informativo; el equilibrio en la presencia de expertos y expertas en las noticias o reportajes de investigación; el cuidado en el tratamiento del lenguaje (una mujer no muere a manos de su pareja: esa mujer ha sido asesinada por el patriarcado) y el correcto enmarque de las noticias de violencia machista como una lacra de relevancia pública y social, no un hecho aislado; el derribo de los estereotipos sexistas y la lucha por su erradicación; y una voluntad continua por visibilizar, prevenir y sensibilizar sobre las mismas discriminaciones que sufren las propias informadoras.

Sin embargo, tal como recordaba la periodista canaria Herminia Fajardo, una de las primeras en ejercer la profesión en las islas: «Estos logros son frágiles: ha costado décadas de lucha conseguirlos, pero pueden perderse en un instante y dar muchos pasos atrás». Así lo señaló en el contexto de una pandemia global que solo permitió que las mujeres se manifestaran de forma simbólica en una cadena humanitaria sin apenas rozarse las manos (conviene recordar que el 8M anterior, en 2020, fue acallado como responsable de la propagación de la pandemia, cómo no).

Este último clamor fue alto y claro, pero sus circunstancias resultaron simbólicas: las crisis siempre golpean a los sectores y colectivos más vulnerables, de tal manera que la pandemia ha puesto de manifiesto la situación desfavorable de las mujeres en un sentido estructural, porque sufren las peores consecuencias del empobrecimiento y la exclusión social, desde la terrible escalada de asesinatos machistas a partir del confinamiento al eterno peso de los cuidados y de las tareas domésticas. Y tanto más.

Este 2022, el lema del 8M repite el del año anterior: Unos feminismos inclusivos y diversos, sin fronteras físicas ni simbólicas, que se resignifican en el contexto de la guerra atroz entre Ucrania y Rusia, donde decenas de miles de mujeres refugiadas cruzan las fronteras hacia nuevos escenarios inimaginables de desprotección, vulnerabilidad y pobreza. A estas se suman los miles de refugiadas víctimas de las crisis migratoria en las mismas costas de Canarias, a los miles de mujeres en condiciones de precariedad en la herida de la crisis pandémica, pero también sistémica.

Ahora no toca parar, sino insistir: el periodismo y la comunicación deben estar a la altura, desde cúpulas directivas a profesionales a pie de calle. Cada decisión, enfoque, denuncia, compromete. El peligro del periodismo ejercido desde el patriarcado es que vehicula un discurso patriarcal: ese periodismo que sucede a deshoras, en lugar de adelantarse a los tiempos y plantear un mundo más justo, más igualitario, como mínimo, sin más pasos atrás.

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