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Montesinos

Ha sido leal hasta el final. Claro, ser leal al principio no tiene mérito. Ha exhibido mucha decencia y una fidelidad que ya no se lleva. Es periodista. Kapucinski, ya saben, decía aquello, de las buenas personas y el periodismo. Nunca me lo he creído. Tengo pruebas.

Pablo Montesinos dejó el periodismo, que es una cosa que hay que dejar a tiempo tal y como nos enseñan las estadísticas de infartos y divorcios, las cifras del paro y Primera plana, de Willy Wilder.

Montesinos adquirió brillo en las tertulias televisivas y lo sentaron con sus modales delicados y elegantes en los sillones de la derecha para que diera juego. Pablo Casado lo fichó y él cruzó esa frontera entre el periodismo y la política metiendo en el petate para el viaje la palabra y la oratoria. Las redacciones y las salas de máquinas de los partidos son dos hábitats complicados. En el siglo XIX se pasaba de una a otra varias veces en una vida. En el XX el periodismo era a veces un trampolín para la política y en el XXI no hay quién se aclare con cómo se hace una ensaladilla rusa en condiciones, vamos a tener claro qué es periodismo y qué es política. Montesinos entró errático y meditabundo el otro día en el Congreso, con la lágrima al borde de la caída por la mejilla. Iba a escribir que exhibir tristeza verdadera es un síntoma de valentía pero la tristeza verdadera no se puede esconder. Pablo Montesinos no ha hecho mucho por su circunscripción, más que ir a comer paella con su familia los domingos, según declaración propia, cosa que no es poco. Ya quisiera yo tener a mis padres y comer con ellos. Paella si tengo a menudo y si no me sale bien, al menos me habré entretenido preparándola mientras me tomo dos vinos y luego la encargo a algún sitio.

A Montesinos no lo ficharon para que preguntara en el Congreso por las autovías de su provincia o dijera viva Málaga. Ni falta que hace. La noticia de su fichaje (estaba en la ola, cerca de la cresta) ya le valía el sueldo. La misión es impactar. Él lo hizo. Fue una gota de un supuesto gota a gota modernizador del Partido Popular. Como Ayuso. Ejem. No sabemos si lo van a a laminar o si el PP nacional, andaluz o malagueño va a reivindicarlo –fue impuesto– pero su actuación de estos últimos días, tan simple como no traicionar y no gastarle una putada a quien te contrató y elevó, lo marca ya como alguien con principios y valores. Principios y valores, necesarios en la política, que Casado reivindicó este miércoles en el Congreso en su despedida. Mejor le hubiera ido si los hubiese exhibido siempre y no cuando la aorta le chorreaba.

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