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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Libertad y solidaridad (I)

Advierto al amable lector que, para su plena tranquilidad ante un posible rollo inducido por el título, la columna no es una proclama revolucionaria a la francesa aunque el escribidor piense, a veces y con sinceridad, que el grito y el himno no vendrían nada mal en los tiempos que vivimos donde, además del dinero para quien lo tiene, la inclemencia y el terror son los únicos elementos compartidos de la globalización.

Con los ruidos del conflicto ruso-ucraniano de fondo, las postrimerías de la pandemia, según los expertos y ojalá que acierten, y el anuncio de una primavera próspera para el turismo, en los últimos días regresé a La Palma, enfrascada en su tema –la mayor tragedia que se recuerda– y en la deseada salida que todos llaman reconstrucción. Y, entre tareas y encargos, hablé con dos paisanos y amigos que, como yo, tienen ilusiones pero también ciertas reservas y dudas para lo que viene después del volcán Cabeza de Vaca.

Desde sus mocedades, Gerardo Hernández y Wladimiro Rodríguez comparten ideas y compromisos, a lo grande y lo local, y presumen, con toda propiedad, de su vocación y condición de campesinos. Eso les garantiza la agudeza en los análisis y el sentido común, la radiante sensatez en las soluciones a los problemas cotidianos y a los grandes problemas como el que, ahora mismo afronta nuestra isla.

El trimestre de la erupción dejó una lista de damnificados de toda condición y merecen, sin duda, las primeras atenciones; la desesperación personal y colectiva no admite espera; el techo y el sustento son cuestiones inmediatas por estricta justicia, aunque todos valoremos la solidaridad amplia, llegada desde la aldea vecina y desde medio mundo como un gesto grande, necesario, oportuno, hermoso, ejemplar. Así, después de la satisfacción de sus necesidades perentorias, para su inmediato futuro, para su nuevo proyecto de vida, tienen todos el derecho y la palabra; nadie puede, por bien intencionada que sea la propuesta, interferir en su elección de volver al lugar de donde le arrojó la lava o elegir libremente una alternativa de otro sitio la su gusto y manera, donde quiera y como quiera. En este punto, coincidimos los tres amigos, sin fisuras.

«Con los afectados se dan tres supuestos: los que desean volver a la zona afectada o sus alrededores; quienes quieren alejarse de ella y quienes desean vivir en otros lugares», nos dice Gerardo Hernández. «Así es necesario un plan ambicioso y razonable que garantice, en la medida de lo posible, que cada vecino pueda elegir la alternativa que más le convenga para tener su nueva casa, pues bastante desgracia tienen para incluso no poder decidir por sí mismos el lugar donde quieren vivir de aquí en adelante. Se deben adoptar los acuerdos políticos necesarios que posibiliten la restauración, construcción o compra de dichas viviendas tanto en los tres municipios afectados, como en los del resto de la isla».

Wladimiro Rodríguez le da carácter épico al desarrollo agrícola de La Palma en la segunda mitad del siglo XX. «El volcán barrió el mayor esfuerzo agrario realizado por los canarios a lo largo de su historia. Se sorribaron más de tres mil hectáreas y se construyó una infraestructura hídrica que puede almacenar más de cinco millones de metros cúbicos, con estanques, pozos, y canales. Se pasó de 280 hectáreas de plátano en 1941 a superar las 3.898 hectáreas en 1984, que representaba el 68 por ciento de la superficie cultivada. En los últimos años, el plátano ha sido sustituido por aguacates, flores y hortalizas, teniendo aún la mitad de la producción platanera insular. Se pasó de 280 hectáreas de plátano en 1941 a superar las 3.898 hectáreas en 1984, que representaba el 68 por ciento de la superficie cultivada. En los últimos años, el plátano ha sido sustituido en parte por aguacates, flores y hortalizas, teniendo aún la mitad de la producción platanera insular. Las propuestas de contratación pública eventual no tienen en cuenta un proyecto integral para rescatar los malpaíses como zonas productivas. Debemos priorizar la recuperación, en lo posible, de los usos anteriores empleando para ello todos los medios a nuestro alcance. Se pueden reconstruir los núcleos de población, con criterios que mejoren la protección, ante erupciones futuras; y podemos restaurar un paisaje y la economía y las vidas de miles de personas».

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