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Francisco Pomares

El rentable fracaso del profesor García

El Partido Nacionalista Canario, celebrará a principios del próximo mes su XII Congreso Nacional, en el que García Ramos –presidente del partido desde hace dos décadas– no se presenta a la reelección, al parecer porque ha decidido que el PNC emprenda una renovación de ideas y dirigentes, incorporando savia nueva al decrépito blasón de reliquias que es hoy el viejo partido nacionalista.

El PNC se fundó en La Habana, el 30 de enero de 1924, por un grupo de exiliados, entre ellos el periodista masón José Cabrera Díaz, que fue su primer presidente. Cabrera Díaz había sido, pocos años antes, uno de los creadores de la Asociación Obrera Canaria, sindicato proletario en el que convivieron influencias republicanas, libertarias y socialistas, y en el que Cabrera dirigió su órgano de prensa, hasta que acabó alejándose de sus posiciones obreristas. Terminó acercándose a los intereses del empresariado azucarero cubano, para el que trabajó, a las órdenes de uno de los grandes propietarios de ingenios de Cuba, el terrateniente e industrial Andrés González Mena, dueño de La Mercedita, probablemente la mayor industria azucarera de la isla. Fue en esa etapa, convertido ya en uno de los hombres claves del imperio azucarero de Mena y de su hija Mercedes, cuando Cabrera, ya como presidente del PNC, se apropia del legado de Secundino, a pesar de estar ya entonces lejos de las posiciones libertarias de este. El PNC lanza una segunda etapa de El Guanche, ahora portavoz de un nacionalismo antiespañol –ya institucionalizado en Cuba– y adopta como bandera de las islas la bandera del Ateneo de la Laguna, reconvertida en bandera de Secundino, sin que exista indicio alguno de que Secundino jamás la utilizara. Con tales antecedentes, no es de extrañar que la historia del PNC sea en realidad una historia de ficción con elementos típicamente borgianos.

El partido de Cabrera no se sostuvo por muchos años y su periódico tampoco: acabaría siendo usado como cabecera por Siete Estrellas Verdes y el Congreso Nacional Canario, con Antonio Cubillo de director. El PNC –de vacaciones durante toda la Dictadura– fue refundado en 1982, pero no tuvo peso ninguno en la política local, instalado en continuos conflictos internos, hasta que en 1993 se incorporó a las filas de Coalición Canaria, organización que abandonó en 1998, para entrar en una extraña deriva: en 2003, con García Ramos, ya en la dirección nacionalista tras abandonar ATI, el PNC integra a exdirigentes del PP en sus listas municipales en Santa Cruz, en las regionales se alía en coalición con el PIL, liderado por Dimas Martín, y en 2004 se incorpora a alguna lista del PSOE al Senado. Es a partir de 2011, cuando García Ramos convence a los suyos para volver a las candidaturas de Coalición, y es recompensado en la siguiente legislatura con un acta de Diputado que ha mantenido hasta ahora. Su acercamiento en los últimos tiempos a Román Rodríguez le ha creado algún problema con la actual dirección de Coalición, que hace muy improbable su inclusión en las próximas candidaturas. La pérdida de esa canonjía es el motivo principal de su renuncia a continuar en la presidencia del PNC, que el profesor García explica como resultado de una decisión íntima y personal, fruto de su fracaso en la reunificación del nacionalismo canario.

«Me voy con el sabor de haber fracasado en fraguar la unidad nacionalista entre Coalición Canaria y Nueva Canarias», ha dicho. Otra ficción más, la de autoproclamarse fracasado partero mayor de un posible acuerdo entre fuerzas nacionalistas. Después de haber sido viceconsejero de Cultura en el Gobierno de Fernando Fernández, consejero de Educación con ATI, Premio Canarias de Literatura y diputado regional en cuatro legislaturas –en esta convertido en topo de Nueva Canarias en Coalición–, el profesor García, un hombre siempre cercano al poder, se retira. Lo hace porque cree que «hay que administrar los prestigios” y la política ya no compensa.

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