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Juan Gaitán

Espejos

Cuando me miro al espejo, conscientemente, veo un hombre todavía joven, no muy lejos del hombre que era hace treinta años.

Pero a veces voy distraído y al pasar por delante del espejo giro la cabeza sin darme cuenta y veo fugazmente a un viejo que, con una rapidez impropia de su edad, se esconde y regresa disfrazado del hombre que era hace treinta años.

“Vale uno más si sabe que lo miran”, dijo Victor Hugo. Sí. Sobre todo si sabe que se mira.

Esta semana, la actriz Emma Thompson ha hablado de estas cosas. A Emma la adorábamos desde siempre, desde sus primeras películas, desde que contra todo pronóstico resistió el duelo con Anthony Hopkins en “Regreso a Howards End”. Se cuenta que cuando su madre, también actriz, supo que su hija trabajaría con el “monstruo” (que acababa de triunfar con su papel de Hannibal Lecter), le mandó una nota en la que ponía: “por favor: no te la comas”, pero no hizo falta, porque Emma no se dejó comer y ganó un óscar.

Ahora la adoramos un poco más porque ha sido capaz de sacar a la luz unos cuantos fantasmas. En la Berlinale ha dicho algunas cosas que han dado la vuelta a la aldea global. A sus sesenta y dos años ha interpretado a una mujer de cincuenta y cinco, Nancy, en la película “Good Luck to You, Leo Grande”. En una escena se ve desnuda frente a un espejo y ha confesado que “es lo más difícil que he tenido que hacer nunca. He hecho algo que nunca he hecho como actriz”.

Muy inteligentemente ha venido a señalar un serio problema de nuestra sociedad, la exigencia estética. Ella lo llama “lavado de cerebro” generalizado, y afirma que “todo lo que nos rodea nos recuerda lo imperfectas que somos: todo está mal con nosotras. Todo está mal y tienes que mostrarse de una determinada forma. A las mujeres nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestros cuerpos. Es un hecho”.

En lo único que no coincido con Emma, nuestra querida Emma, es en que esto sea un problema solo de las mujeres. Nos alcanza a todos. Hoy en día es de muy mal tono hacerse viejo, estar un poco gordo, quedarse calvo, tener los dientes separados. Veo gente por todas partes con implantes de pelo, haciendo ayuno, corrigiéndose “la sonrisa”, cuando las más valiosas sonrisas son las incorregibles. Hemos convertido a los espejos en jueces, en censores, y nos hemos convertido a nosotros mismos en reos de la moda, de la exigencia social, de la necesidad de encajar en el modelo. Y cuando no es posible, porque la naturaleza es la que es, sufrimos la sensación incurable del fracaso, y se siente uno vacío, como un espejo que refleja un agua que se ha secado.

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