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Enrique Ballester

BARRACA Y TANGANA

Enrique Ballester

Un refuerzo anímico

Uno nunca sabe si lo que hace hoy sirve como sirvió aquel otro día | Un amigo exfutbolista me contó que en las malas rachas se ponía vídeos con sus antiguos goles para convencerse de que un día fue capaz |

Una imagen de una partida del FIFA.

Esta columna nació de casualidad, como todos nosotros. La tecleaba desde un periódico pequeñito de una ciudad pequeñita, y no le importaba a nadie lo que yo escribiera en esa esquina. Era todo tan caótico como divertido. Escribía lo primero que me pasaba por la cabeza, lo escribía sin pensarlo mucho, como quería o como podía. Un par de días después de la publicación original, solía fotografiar el recorte del diario en papel y compartirlo en las redes sociales. Esa segunda vida del artículo era la más llamativa: saltaba de Twitter a Facebook, de Facebook a WhatsApp y de WhatsApp a Instagram, regando en su viaje mi ego con 'me gustas', 'retuits' y palabras bonitas.

De alguna manera, lo reconozco, me volví adicto. El número de interacciones que recibía una columna cambiaba mi propia valoración sobre lo que había escrito. Si triunfaba y se viralizaba, es que era buena. Si pasaba de puntillas, es que quizá no lo fuera. Me afectaba, aunque supiera que en realidad eso no significaba ni significa nada, aunque supiera que guiarse por eso era igual que valorar el partido de un jugador dependiendo de si ha marcado o no un gol, nada más, solo por eso en exclusiva. Me afectaba aun sabiendo que me acercaba a la mentira.

Desde hace un tiempo, leer esta columna exige un pago o un registro. En consecuencia y como es lógico, ahora la lee menos gente, y hay menos 'me gustas', menos 'retuits' y menos palabras bonitas. Sé que eso no significa que sean peores, pero soy un viejo yonqui que persigue su medicina.

Los aplausos virtuales

Hace unas semanas, una de estas columnas filtradas por pago o por registro, una que escribí con esfuerzo y cariño, generó un escaso ruido. Pensé lo de siempre, que antes molaba, que ya no sabía. Sin embargo, al día siguiente un tipo debió de toparse con el periódico en un bar, subió el artículo a Twitter con una foto y una mención, y yo aproveché para compartir y hacer la trampita. Esa columna tuvo, como en los viejos tiempos, muchos aplausos virtuales en su segunda vida, y mi valoración cambió en paralelo al supuesto éxito obtenido. El texto era el mismo que un día antes había pasado desapercibido, pero yo volvía a ser bueno porque se le ocurrió compartirla a aquel tipo.

Es algo totalmente absurdo, pero es. Uno siempre teme y desconfía. Uno nunca sabe si lo que hace hoy sirve como sirvió aquel otro día. Un amigo exfutbolista me contó que en las malas rachas se ponía vídeos con sus antiguos goles para convencerse de que un día fue capaz; y de que si un día fue capaz, todavía podía. Ahora, además, si eres futbolista, estás de bajón y dudas de tu nivel, puedes mirar las valoraciones que te han puesto en el FIFA.

Puedes pensar que si tienes un 84 de media algo sabrás hacer bien, puedes aferrarte a ese salvavidas. Ahora si estás jugando un partido y pierdes una carrera, te puedes animar para la siguiente pensando que te pusieron un 91 en velocidad, que por algo sería. Yo al menos pensaría todo eso constantemente. Antes de encarar al lateral me repetiría 'no serás tan malo si los que hacen el videojuego te dieron un 86 en regate'. Ojalá ese refuerzo anímico cuando se necesita. Ojalá poder pasar de vosotros. Ojalá algo así con la vida.

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