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Luis Sánchez-Merlo

El precio del riesgo está cambiando

Algo se estaba cocinando en el sancta sanctórum de la red social por antonomasia y las conjeturas, que sobrevolaban desde hacía tiempo, coincidieron: los Papeles de Facebook, el nuevo nombre –Meta– y su barquinazo en Wall Street.

Con el reciente tropiezo histórico en Bolsa, las acciones de Facebook (FB) cayeron un 26%, borrando más de 230.000 millones de dólares en valor. Nunca en la historia, un valor había perdido, en una sesión, un cuarto de billón de dólares de capitalización bursátil. Esa cifra equivale a la pérdida de todo el mercado de valores en el Martes Negro de octubre de 1929.

El desplome no es ajeno al aumento de los tipos de interés y el encarecimiento de los préstamos para empresas, consumidores e inversores en acciones, tras la decisión de la Reserva Federal de poner fin a un prolongado oasis de dinero gratis que –para aislar la economía estadounidense de los peores efectos de la pandemia– inundó los mercados con efectivo, comprando casi 5 billones de dólares en valores.

La bajada, histórica, se produjo después de que sorprendiera a los inversores con la noticia de la primera caída –en el número de usuarios diarios– de su principal red social y una sombría previsión de ingresos.

El barquinazo puede ayudar a hacer más comprensible el cambio de nombre de la compañía y por qué todos los esfuerzos están enfocados a la creación del metaverso, un mundo virtual con apariencia de realidad externa, en el que los usuarios podrán compartir actividades digitales con otras personas (trabajar, hacer ejercicio, asistir a conciertos, visitar amigos y familia, coleccionar arte, reunirse, ir de compras, jugar e incluso asistir a reuniones de trabajo).

Este año, Meta, que cuenta con casi 70.000 empleados, ha invertido 10.000 millones de dólares en este negocio, que esperan vea la luz dentro de diez o quince años. De momento, avances en hardware y software –a puerta cerrada– y demostraciones que levantan más cejas que abren bocas. Si funciona, podría acabar con la dependencia que FB tiene de Apple y Google.

Los más críticos lo ven como una especie de vía de escape que Mark Zuckerberg (MZ) ha encontrado, como una forma de huir del crujiente presente.

El cambio de nombre –que ya intentó Philip Morris, cambiando a Altria, pero no corrigió el efecto cancerígeno de los cigarrillos– ha podido deslizar la idea de una empresa más frágil de lo que cabía suponer y sus detractores han insistido en que, sin cambiar la cultura, el liderazgo, la moral y los valores de la empresa, el cambio es inútil.

En todo caso, la crítica no responde a la realidad, aunque la desmoralización interna, la dificultad de retener a empleados valiosos, los nervios de los anunciantes y el desgaste de la figura de MZ –de tecnólogo visionario a villano mundial– podrían haber contribuido a urgirlo.

Entretanto, la compañía que ya tiene más de 10.000 personas trabajando en proyectos de realidad aumentada y virtual, invertirá este año alrededor de 10.000 millones de dólares, en la compra de empresas emergentes de este nuevo entorno simulado con apariencia real.

En cuanto a los Papeles de FB, documentos internos filtrados por una empleada de la compañía –en cuya seguridad trabajan 40.000 personas– y publicados por The Wall Street Journal, revelan inquietud por perder poder e influencia.

Sus propias investigaciones muestran un celo desconocido por combatir la toxicidad de la imagen y evitar que los usuarios abandonen al líder en favor de otra opción, a la que el propio MZ ha señalado como su principal rival.

Empezar a perder usuarios es indicativo de que algo no va bien, máxime si la mayor pérdida se da en mercados donde todavía podría crecer. Aunque FB sea su negocio más lucrativo, Meta cuenta con otras redes sociales y servicios –Instagram y Whatsapp– que no aportan tantos ingresos y sufren del mismo contratiempo: el crecimiento de algunos de sus productos sufre un estancamiento orgánico.

A la espera de que la economía se reajuste, los inversores han empezado a deshacerse de valores caros, al apuntar el cambio del clima financiero que el precio del riesgo está cambiando.

De ahí que la desaceleración parece inevitable. Las cifras evidencian un cambio de tendencia: los jóvenes ven FB como una aplicación de personas mayores e Instagram estaría empezando a sentir la misma dinámica. La publicidad dirigida –97% de sus ingresos– es el principal argumento que usa la plataforma para convencer a los anunciantes.

Si bien la integración de novedades, con copias de éxitos de sus rivales, está funcionando bien, todavía no hay publicidad entre vídeos, por lo que su capacidad para generar ingresos es reducida. Resulta más difícil saber los intereses de los consumidores y, por ende, menos rentable imponerles la publicidad

La fortaleza se ha visto perjudicada por las medidas de privacidad de Apple que, en su último sistema operativo para los iPhone, requiere que los usuarios acepten explícitamente que se recopilen sus datos de búsqueda. Esto apuntaría a una pérdida de ingresos de 10.000 millones de dólares, a lo largo de este año.

Pese al tropiezo bursátil, Met –multinacional, influyente y poderosa– es too big to fail, pero el declive que algunos competidores están interesados en airear, son más bien, la secuela de abrir frentes y no haberlos cerrado.

Medios de comunicación y gobiernos escrutan de forma constante sus redes sociales, por lo que cada vez resulta más complicado defender su nativa función –desarrollar servicios que conectan a las personas con amigos y familiares– cuando la evidencia es que se les conecta con discursos populistas, opiniones radicales y desinformación.

Reformar lleva tiempo y es muy costoso ¿Podrá aguantar Meta resultados, que no siempre gustarán a los accionistas, retener el talento necesario para el desarrollo de su metaverso y sostener el tinglado con promesas, hasta que éstas se cumplan? De momento, es una ilusión, pero sus problemas ya son reales y se traducen en números y pérdidas.

Con inquietudes latentes, como la extracción de información personal con fines mercantiles y el uso de algoritmos –ingrediente esencial que juzga en tiempo real lo que lleva a que la gente se emocione– quedan cuestiones pendientes de resolver: el envejecimiento de su negocio principal y la dependencia de Apple y Google.

En cuanto al riesgo regulatorio, la insistencia en limitar su crecimiento no cesa. Y el daño que ha sufrido su reputación, por acumulación de errores a lo largo del tiempo, es otra factura pendiente de pago.

Los problemas no son de naturaleza financiera ni legal. Se trata más bien de una nube de temor existencial que se cierne sobre la organización, que ha ido perdiendo el lustre que tuvo.

No hace tanto, alguien solicitó un trabajo en FB y la primera pregunta de la entrevista fue: «Bueno ¿a qué nos dedicamos?». La respuesta fue pormenorizada: «A tratar de invadir cada rincón de la vida de los usuarios, recopilar todos los datos posibles sobre ellos y venderlos a los anunciantes. Publicar contenidos incendiarios, diseñados para enfurecer a los usuarios y animar a compartirlos con amigos y familiares. Dividir a las familias y las comunidades, obligando a los usuarios a adoptar posiciones políticas enfrentadas».

Esta muestra de una opinión polarizada no empaña una indiscutible realidad: con 2.500 millones de usuarios; en el último ejercicio, obtuvo un beneficio neto de 39.370 millones de dólares (un aumento del 35% en comparación con las ganancias de 2020) y el precio de las acciones subió un 30%.

¿Cómo se puede decir que FB está en apuros cuando, incluso después de la bajada reciente, es el séptimo valor en capitalización de Wall Street y sus beneficios aumentan cada año? Él sólo vale bastante más que todo el Ibex junto. Carece, pues, de toda lógica.

Pero ahí reside la paradoja: en el dolor y la gloria.

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