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Myriam Z. Albéniz

Más conciencia para la Ciencia

Cada 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia con el fin de lograr su acceso y participación plena y equitativa, además de para lograr su empoderamiento y alcanzar la igualdad de género. Y es que, en la mayoría de los casos, las científicas se han visto condenadas a la invisibilidad o al olvido. Su existencia en este ámbito del saber ha sido negada, denostada y puesta en tela de juicio desde el principio de los tiempos. Incluso a día de hoy, cuando el número de universitarias en las aulas supera al de sus compañeros, la distribución según las diversas disciplinas continúa resultando bastante desigual. A mi juicio, una de las medidas más eficaces para favorecer la vinculación de las jóvenes estudiantes a las denominadas carreras STEM pasa por desmontar la falacia de que no existen referentes femeninos que avalen dicha elección, más allá de la física Marie Curie, primera ganadora de un premio Nobel y una de las escasas figuras que hasta ahora aparece en los libros de texto. Por ello, llevando a cabo un necesario acto de agradecimiento y admiración, y apelando a su derecho ser conocidas, reconocidas y valoradas, esta jornada se torna muy propicia para poner el foco si quiera sobre una mínima representación de ellas, cuyas destacadísimas contribuciones han cambiado el curso de la Historia.

Numerosas son las congéneres que han engrosado el currículo científico de nuestro país, pese a que hasta 1888 no se permitió su entrada en las Universidades. Sirva como ejemplo representativo el de Margarita Salas, discípula de Severo Ochoa, junto a quien trabajó en Estados Unidos, y cuya vida se desarrolló en gran medida en el marco de un laboratorio, siendo la encargada de impulsar la investigación española en el campo de la bioquímica y la biología molecular. Allende nuestras fronteras, Hipatia de Alejandría desarrolló una gran labor en los campos de las matemáticas y la astronomía, y a ella se le atribuye la invención de instrumentos como el astrolabio o el densímetro. Por desgracia, no fue la única que pagó con su vida la brillantez de sus conocimientos y su particular estilo de docencia. También Ada Lovelace, considerada “la madre de la informática” se adelantó a su tiempo, al establecer el primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina. Nunca lo firmó, para evitar que fuera censurado por su condición de mujer. Gracias a su imaginación y a su aptitud para ver más allá de la realidad inmediata, desarrolló varios conceptos que actualmente se consideran visionarios.

Tanto o más sangrante resulta el caso de Hedy Lamarr, actriz apodada “la mujer más bella del mundo”, pero que era infinitamente más que un cuerpo y una cara perfectos. Antes de debutar en Hollywood ya había estudiado ingeniería y su vasta formación intelectual le llevó a inventar el sistema de retransmisión de ondas por radiofrecuencia, clave para el envío de datos sobre el manejo y el lanzamiento de los torpedos de los submarinos aliados en la Segunda Guerra Mundial. Dicho sistema es el que se utiliza en la actualidad para establecer todas las comunicaciones seguras (WiFi, Bluetooth, GPS, contacto entre satélites…). Sin embargo, su creadora nunca fue retribuida y permanece anclada en la memoria colectiva por, entre otros, su personaje de la pérfida Dalila, culpable de la fatalidad de Sansón. Pondré el broche de oro con Rosalind Franklin, ignorada descubridora del ADN, que obtuvo la imagen de su estructura utilizando la técnica de fracción por rayos X. Partiendo de la misma, fueron sus colegas Watson y Crick quienes, de un modo execrable, publicaron un estudio en el que ella no figuraba. En 1962, cuatro años después de que Rosalind falleciera víctima de un cáncer con apenas 38 años, ambos recibieron sendos Premios Nobel. En honor a tantas científicas extraordinarias, pidamos pues más conciencia para la ciencia. Hoy y siempre.

www.loquemuchospiensanperopocosdicen.blogspot.com

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