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Un César Manrique (o varios) para La Palma

Cada vez que veo imágenes por televisión de todos los cambios que ha producido la reciente erupción del volcán en el Valle de Aridane me pregunto cómo hubiera vivido esta experiencia uno de los mayores referentes en la integración de arte y paisaje en nuestro archipiélago: el artista lanzaroteño César Manrique.

Si viviera a día de hoy y conservara todas sus facultades creativas, estoy convencido de que por su cerebro pasarían centenares de ideas sobre cómo hacer de la necesidad algo más que una virtud, de cómo crear más belleza a partir de la destrucción, de cómo canalizar toda esa fuerza de la naturaleza dentro de un espacio no solamente habitable sino armónico con el nuevo entorno.

Entiendo que primero hay que atender a las necesidades básicas de las personas que todavía conservan sus viviendas y sus fincas, pero no va ser posible replicar lo que ya existía en las zonas devastadas, sino que habrá que idear un nuevo modelo rural y urbanístico sostenible para ese territorio, que se haga extensivo a las casas que aún quedan en pie y a las vías de comunicación que unen a éstas y a las zonas divididas por la gran muralla de lava que generó el volcán.

Por desgracia, César Manrique ya no está entre nosotros desde hace casi 30 años (falleció el 25 de septiembre de 1992), pero La Palma siempre ha sido pródiga en artistas y no percibo que haya una presencia de éstos, ni tampoco ninguno de otras islas o del exterior, dentro del colectivo que planifica la reconstrucción de las zonas afectadas y considero que tienen mucho que aportar, siguiendo la estela que dejó el artista lanzaroteño en su isla natal y en tantas otras.

La época actual no es como las décadas de los 70 y 80, cuando todo se cuestionaba y las artes se encontraban en plena ebullición innovadora con el apoyo de personas inquietas que gobernaban las instituciones públicas o lideraban empresas de éxito. Igual habría que echar la vista atrás, no mirar tanto la volátil opinión de los electores y más a lo qué se hizo entonces y cómo se hizo, y replantearse todo desde una perspectiva también artística, no sólo económica, para que el nuevo espacio configurado por el volcán sea un modelo internacional de integración del conocimiento y la creatividad humanas dentro de un fenómeno natural, cuyo resultado merezca la pena ser contemplado y admirado por visitantes procedentes de cualquier lugar del planeta.

Se trata de una oportunidad única, que se presenta en escasas ocasiones a lo largo de la historia, y que debería cristalizar en un proyecto capaz de generar ilusión y de reportar a medio y largo plazo mayores beneficios y prosperidad para la Isla y, por extensión, al conjunto del Archipiélago.

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