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Juan José Millás

Lo que funciona y lo que no

El mundo debe de ser muy difícil de descifrar, de ahí la cantidad de estudios que se dedican a ello. Cada disciplina intelectual constituye un callejón por el que llegas a otro callejón que, con suerte, te conduce a una plaza. Las plazas del conocimiento sirven para descansar, pero suelen tener varias salidas, lo que te plantea el problema de cuál de ellas tomar. El conocimiento es laberíntico: empiezas a investigar la corteza terrestre y sin saber cómo, al cabo de dos horas, por una extraña asociación, acabas en el asunto de las familias disfuncionales. Me hallaba yo, precisamente, leyendo un artículo sobre la tectónica de placas que me condujo, aún no sé por qué vericuetos, a los choques subterráneos provocados en el seno de la monarquía española. De ahí a las familias disfuncionales no había más que un paso que di o fui obligado a dar por el intertexto mental con el que funciona nuestro cerebro.

Entendemos por “familia disfuncional” aquella que no marcha, bien por causas extrínsecas, como la pobreza, o intrínsecas, como el mal carácter de sus miembros. Sumados los dos tipos de familias disfuncionales, arrojan una cantidad que está por ver, pues no hay estudios al respecto. Pero no nos vayamos a los extremos: hay familias que funcionan a medias. En torno a las familias que funcionan a medias se aglutina el resto de las que componen el cuerpo social. Yo vengo de una familia que funcionaba a medias porque mis padres tuvieron nueve hijos en una época en la que dos ya significaban una carga económica casi insostenible.

Desde mi posición, envidiaba a los hijos únicos. A lo más que se podía aspirar en la vida, pensaba yo, era a ser hijo único. También aspiraba a ser adoptado, lo que me permitía imaginar que era hijo de unos príncipes suecos que tarde o temprano vendrían a rescatarme de la desastrosa condición económico-social en la que había caído. Aunque esto de ser hijo de reyes no garantiza nada, como demuestra el príncipe Andrés de Inglaterra, que ha salido disfuncional a tope. Lo disfuncional y lo funcional, en fin, aparecen trenzados de tal modo que no se pueden separar. Hay zonas de mí que funcionan y zonas que no. Soy escritor, curiosamente, por las que no funcionaron.

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