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Francisco Pomares

Unidad a la fuerza

La diferencia entre estar en el poder o en la oposición suele ser –sobre todo– cuestión de perspectiva: desde el poder tienes la impresión de que todo lo que haces lo haces más o menos bien, y desde la oposición crees que todo lo que se decide desde el poder sale absolutamente mal. Eso vale para todos los partidos, y dentro de los partidos, también para las distintas facciones partidarias. Quien manda en un partido cree que todo le sale de vicio, y quien no manda piensa que el que manda se equivoca siempre de medio a medio. Otra cuestión de perspectiva es la que tiene que ver con lo que parece importante cuando estás en la oposición y lo que parece importante cuando estas en el poder: en la oposición, lo importante es el derecho a la crítica, la transparencia, la democracia interna, el cumplimiento de las reglas, el control del gasto público, la integridad en la gestión y el cumplimiento de las promesas que se hacen parta alcanzar el poder. Cuando se alcanza, lo más importante es todo aquello que contribuye a mantenerse en él: reducir el debate político al mínimo, poder actuar sin dar demasiadas explicaciones, la autoridad para poder decidir, y la flexibilidad en el gasto y en el cumplimiento de las reglas, los compromisos y promesas.

Pedro Sánchez alcanzó el poder convenciendo a la mayoría de los militantes de su propio partido de lo importante que era la democracia partidaria, el derecho a disentir y las primarias. Cuando consiguió volver a ser secretario general, gracias a unos cuantos trucos de prestidigitación del manual de Iván Redondo, Sánchez olvidó inmediatamente sus promesas más importantes, su compromiso de no gobernar jamás de los jamases con Podemos o los independentistas. Había explicado que él no podría dormir con Pablo Iglesias en el Gobierno y que jamás pactaría con quienes querían romper España. Se pasó todo eso por el arco de triunfo, y reforzó su autoridad excluyente convirtiendo al PSOE en un partido de corte cesarista, donde impuso condiciones y nombres en las federaciones, y puso y quitó ministros a su antojo, sin someter ni una sola decisión suya al consenso de un PSOE domesticado. Y lo más llamativo y sorprendente fue cargarse a conciencia el sistema de primarias con el que él mismo logró hacerse con el poder, sustituyéndolo por un sistema de intervención de la dirección federal (o sea, de él y los suyos) en la selección de las ejecutivas regionales, y de nombramientos digitales en cascada.

Hoy el PSOE funciona con unos niveles de democracia interna bajo mínimos, que ya quisieran imponer otros partidos más conservadores y teóricamente más autoritarios. Sánchez, el político que consiguió jubilar lo poco que quedaba del felipismo y hacerse además con el poder, usando con habilidad las reglas de la democracia interna para desbancar a sus predecesores, se ha asegurado de que eso no pueda sucederle a él. Por eso impide la celebración de primarias donde su gente corre el más mínimo riesgo de perder. Por eso los socialistas grancanarios han tenido que obedecer los ukasses y advertencias de la Federal, que ha forzado un acuerdo entre Chano Franquis y el alcalde Hidalgo para no concentrar el poder orgánico y el poder institucional en las mismas manos. Alegando que un enfrentamiento abierto entre dos candidatos «sería malo para el partido». Lo sorprendente es que desde la Federal se hayan volcado para evitar la celebración de primarias en Gran Canaria, hasta el extremo de convertir las primarias –una de las aportaciones del PSOE en su acercamiento al modelo partidario de los Demócratas estadounidenses– en algo destructivo, cuando hace apenas tres años era una demostración de libertad, participación y democracia interna.

Elena Máñez –vocera de la ejecutiva regional– aplaudió ayer la generosidad y voluntad de Franquis e Hidalgo para llegar a un compromiso. Pero no ha sido una cuestión de generosidad o voluntad: ha sido una imposición para evitar que ganara la nominación quien tenía más posibilidades de hacerlo. O sea, que Franquis sigue controlando el partido, mientras Hidalgo se rompe los morros con Antonio Morales. No lo han decidido ellos, ni se ha contado con las bases del partido. Ha sido una imposición. Y a eso le llaman unidad.

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