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Esclavitud y mujeres

En mis intenciones no entraba ni de lejos tocar de nuevo la delicada pero también enojosa cuestión de la Esclavitud y las mujeres. Sin embargo, se ha aludido a mi persona en las columnas de la prensa diaria, lo que me lleva a hacerlo.

Cuanto dije al conocerse el primer fallo judicial sobre la aspiración de las mujeres a ser miembros de la Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna lo ratifico, de la primera a la última palabra. Mi criterio no ha variado ni un adarme. Toda mujer cristiana que lo desee tiene en mi opinión pleno derecho a pertenecer, en igualdad con el hombre, a cualquier asociación religiosa, ya sea la Esclavitud u otra confraternidad, siempre que concurran en ella las condiciones personales que determinan sus constituciones y se obligue a cumplirlas. Entre esas normas no cabe esgrimir en los tiempos que corren la admisión o la exclusión de una persona en razón de sexo. Es discriminatorio, perverso, atenta a dos principios básicos de la persona y de la religión: la igualdad y la dignidad de los seres humanos. Si tales restricciones figuran en los reglamentos por los que se vienen rigiendo, que se actualicen. Los reglamentos están para ser cambiados cuando las circunstancias y las situaciones lo demanden. Es mi parecer. Seguro que esto habrá quienes lo compartan y quienes no. Así es la vida.

Esta cuestión nunca debió haber llegado a los tribunales. Tenía que haberse resuelto con diálogo, con voluntad de entendimiento, con generosidad y, sobre todo, tratándose de lo que se trata, con caridad fraterna. No ha sido así. La imagen que se ha dado y continúa dándose es penosa, no puede ser más negativa. Y Cristo sigue clavado en la cruz.

Sin salir de la diócesis nivariense, tenemos ejemplos aleccionadores de funcionamiento actual de otras asociaciones religiosas. Las hermandades sacramentales de Nuestra Señora de la Concepción y de la S. I. Catedral fueron durante siglos exclusivamente masculinas y hoy están formadas por personas de ambos sexos. La actual de la Inmaculada Concepción de la parroquia matriz, la de mayor antigüedad, la constituían hasta fecha relativamente reciente dos cuerpos independientes, el masculino y el femenino, hasta que decidieron unirse. Igual ocurre con la mayoría, si no con todas las hermandades y cofradías penitenciales. En esto se han seguido las directrices pastorales de la archidiócesis de Sevilla, provincia eclesiástica a la que pertenece la diócesis de San Cristóbal de La Laguna.

En ningún caso la unión o fusión provocó un terremoto, ningún tsunami devastador, la mínima conmoción; todo lo contrario, según me aseguran quienes andan en las cercanías de tales confraternidades. Ya sólo fueran problemas de este calado los de la Iglesia católica en los tiempos que corren. Y sin embargo, pese a su dimensión dentro del vasto contexto eclesial, provocan ruido donde no debiera, son nocivos y contraproducentes, generan desafecciones, alejamientos y también enconos. La incorporación de las mujeres a la Esclavitud es ineluctable, tarde o temprano ocurrirá. Bien diferente será cómo regularla para que prevalezca en su seno la armónica convivencia deseable. El tiempo se encargará de darle a uno la razón o negársela, y a cuantos compartan esta o parecida idea o sigan opinando lo contrario. Así es la vida.

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