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Juan Gaitán

Fatiga pandémica

Comencé de muy niño a coleccionar palabras. Creo que empecé a atesorarlas antes incluso de tener conciencia de que lo hacía, con la primaria intuición de que eran parte de un tesoro. Todo en nuestra vida gira en torno a las palabras, con ellas construimos el universo, lo explicamos hasta donde nos es posible y, allí donde no es posible, lo sublimamos, y entonces es ya la poesía.

Pero las palabras, como los tesoros, son nómadas, van y vienen. Durante mucho tiempo fatiga ha errado por el limbo de las palabras perdidas. Casi nadie la usaba en su primera acepción, que se sustituyó por cansancio. Nadie decía «estoy fatigado», sino «estoy cansado». El término viene claramente del fatigare latino que significa agotar, extenuar y también torturar, por cierto. En el sur que habito y que me habita, fatiga es usado coloquialmente como apuro, preocupación, así: «me da fatiga pedirle prestado el coche a mi padre», y un poco más hacia poniente, en ese tramo de sur donde mi niñez aún me aguarda, fatiga se emplea como sinónimo de náuseas, incluso en diminutivo: «tengo mucha fatiguita…».

Ahora, en estos días aciagos, ha empezado a circular mucho el término fatiga pandémica, con el que se quiere determinar el hastío, el hartazgo, el inmenso cansancio que arrastramos desde que el covid se coló en nuestras vidas. Todo pasa por él, todo se nos ha vuelto hablar sobre número de contagios, incidencia, vacunas, mutaciones, restricciones, multas… y estamos fatigados de todo eso y queremos que llegue el olvido y nos devuelva nuestra vida tal y como era.

Cuando al presidente del Gobierno se le antojó que volviésemos a llevar la mascarilla aún cuando andamos solos por la calle, los expertos señalaron que era absurdo y que no servía más que para aumentar la fatiga pandémica. De nada sirvió. Ahora, cuando las autoridades, incapaces de atender la oleada de contagios, nos piden que acudamos al bricolaje sanitario, al «hágalo usted mismo», auto diagnosticándonos con un test de precio abusivo, tras el cual deberemos asumir un aislamiento y una baja y un alta médicas por vía telefónica sin que te haya visto un médico, algunas voces advierten de lo que eso supone para la fatiga pandémica, una sobrecarga mucho más que peligrosa. Pero no parece que nos vayan a dar más opciones que aguantar, resistir, sobreponernos. Mi maestro Alcántara lo decía mucho: «sobreponerse es todo», y aunque esas palabras se atribuyen a Rilke, él las convirtió en un lema de vida y, a mis ojos, son totalmente suyas, porque las palabras han de ser de quien más las ama, de quien las atesora. así que habrá que seguir el ejemplo de mi recordado maestro, sobreponernos y resistir hasta que la fatiga pandémica, y con ella la pandemia, no sean más que palabras olvidadas.

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