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Francisco Pomares

Quousque tandem

Ángel Víctor Torres volvió a dejar ayer claro que el Gobierno de Canarias no se plantea ni por asomo cambio alguno en las centrales de ciclo combinado del archipiélago, alimentadas con distintos derivados de hidrocarburo y aceites industriales. Cócteles de fueloil y gasoil con un alto efecto contaminante y potentes emisiones de CO2. Es una pena que el presidente tenga tan claro que no cabe reducir esa contaminación y esas emisiones, sustituyendo el fuel por el gas, porque primero hay que cumplir el mandato fantástico de que toda la energía que se produzca en Canarias sea renovable. Ayer escribí sobre el absurdo que caracteriza algunas de las decisiones que se adoptan –al menos aquí, en Canarias– en relación con la denominada transición energética.

Torres y su consejero Valbuena creen que la transición consiste en pasar del fuel a la energía verde. Y yo también, llevo creyéndolo treinta años, pero si el Gobierno hubiera cambiado cuando tenía que hacerlo el fuel por gas, nos habríamos ahorrado una pasta enorme –unos 9.000 millones de euros en esas tres décadas–, y al menos la cuarta parte de esos años habrían sido a emisión cero de CO2, porque la diferencia entre usar fuel y usar gas es de entre un 25 y un 30 por ciento menos de CO2 emporcando la atmósfera.

No es una tontería: Granadilla, con 1,87 millones de toneladas de emisiones de CO2 al año, ocupó en 2008 el puesto 14 en la lista de las planta industriales con mayor volumen de emisiones de toda España. Esa lista incluye refinerías, siderúrgicas, cementeras… y en 2020, año de pandemia, Granadilla pasó a ser la sexta planta industrial más contaminante de la lista, y Juan Grande la séptima. Esa es la verdad incómoda de 30 años de nuestras dos centrales principales, soltando un tercio más de CO2 del necesario, amparándose en la fantasía ideológica –beligerantemente propagandeada durante años por el alcalde de Agüimes y después presidente del Cabildo grancanario, Antonio Morales– que consiste en asegurar que el fuel va a ser sustituido mañana por molinos y placas. Lo cierto es que mañana dura ya tres décadas, que ambas centrales pueden usar gas ya, y que para hacerlo sólo habría que implementar cambios mínimos. Probablemente se tardaría apenas un par de semanas.

Eso lo sabe todo el mundo, incluso Torres, pero aquí nadie va a mover un dedo, al menos hasta que Bruselas caiga en la cuenta del tiempo que lleva España subvencionando el consumo de fuel y diésel para las centrales de Tenerife y Gran Canaria a pesar de que los grupos de generación en Granadilla y Juan Grande están preparados para el gas: fueron de las primeras instalaciones de ciclo combinado que se montaron en toda España, financiadas con fondos estructurales europeos, igual que el Puerto de Granadilla, una obra cuya razón de ser era instalar una regasificadora junto a la central térmica. El puerto –como tantas otras infraestructuras inútiles– es hoy otro monumento más al cinismo y la cobardía de nuestra clase dirigente.

¿Cuánto seguirán los Gobiernos de Canarias manteniendo la ficción de que no importa tirar a la basura 9.000 millones de euros gastados de más en generación eléctrica? Probablemente hasta el día que el resto de los españoles descubran lo que pagan en sus recibos disparatados por el sobrecoste de la producción eléctrica en Canarias. A veces nos quejamos de vicio: por supuesto que el sobrecoste de producir electricidad en las islas requiere de la solidaridad del resto del país. Pero… ¿tenemos derecho de endosarles a nuestros compatriotas el capricho añadido de que esos 300 millones de euros de más al año porque aquí suena bien lo del NO al gas? Y más grave aún, mientras todo el mundo ajusta las emisiones… ¿tenemos el derecho a defecar en el aire de este planeta más de tres millones de emisiones de toneladas de CO2 al año, casi cien millones de toneladas desde que pudimos cambiar el fuel y el diesel por gas?

Y mientras, nos venden que lo ecológico es seguir con las cosas como están. A quienes mandan hoy en esta región, y a quienes han mandado en ella y en los Cabildos durante décadas se les debería caer la cara de vergüenza.

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