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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Esto se está engorilando

Ya los gritos, las broncas, las groserías, los empujones e incluso –más raramente– las hostias no son noticia en las unidades de atención primarias de los centros médicos. Ayer me gocé otra en mi ambulatorio. Un animalito exigía rugiendo a un auxiliar que atendieran a su madre y le hicieran una PCR. La kilométrica cola de los visitantes se estremeció como una serpiente malherida y alguien gritó:

–¡Cállate joputa!

Al instante se produjo un revuelvo. El animalito se había lanzado en busca de quien tan terriblemente lo había injuriado. Varios abandonaron la cola sujetándose la mascarilla con ojos espantados. En los espacios públicos la atmósfera es la de un frenopático que simula perfecta y eficazmente un orden cotidiano, pero que está a punto de transformarse en una pesadilla zombi. Gente agotada, cansada, harta. Ancianos exhaustos y asustados. Funcionarios renovando el teletrabajo pese a las órdenes de volver a las oficinas. Padres llevando a sus hijos al colegio mascando desconfianzas y resquemores. Estudiantes universitarios recabando firmas para la continuidad de las clases virtuales. Lo que está ocurriendo, lo que espolea la desconfianza, el temor y la indignación de los ciudadanos es la creciente percepción de que no hay nadie al volante. Y es imprescindible, para la estabilidad política y el orden social y su sustrato simbólico, que la mayoría –la inmensa mayoría– esté razonablemente convencida de que alguien se esté ocupando de gestionar con mayor o menor tino los peligros y amenazas que suponen una pandemia que ya se prolonga casi dos años. El problema no es que se haya sentenciado que un Gobierno lo ha hecho óptima o pésimamente. Es que se está perdiendo la confianza en las autoridades públicas después de la acumulación de falsedades, sobreinformación tóxica, finales felices, victorias trompeteras, comités inexistentes, improvisaciones zafias, contradicciones normativas, boberías grandilocuentes, inhibiciones, paternalistas llamadas a la responsabilidad, tolerancia con los irresponsables. Es delirante que después de todo lo ocurrido hasta el otoño, y con la amenaza inminente de una cepa más agresiva, no se haya planificado absolutamente nada, hasta el punto de que es imposible definir la estrategia del Gobierno autonómico en este momento de la pandemia y cuando aún los contagios no han tocado su máximo: ni controles en puertos o aeropuertos, ni acceso gratuito o semigratuito a los test, ni más contrataciones de personal sanitario –incluyendo a jubilados o alumnos de los últimos cursos de Medicina si es preciso– ni auténtica descentralización para la realización de las pruebas. En Tenerife se han contagiado ya 96.000 personas y en Gran Canaria unas 84.000. Si se infecta la mitad de la población antes de que debilite su contagiosidad –como ha calculado recientemente la Organización Mundial dela Salud– de aquí a principios de febrero podemos tener entre albas islas unos 750.000 personas contagiadas. ¿Cómo evolucionará la presión asistencial durante este periodo? ¿Existe un plan de contingencia hospitalaria actualizado para hacer frente a la variante omicrón? ¿Cómo justifica Ángel Víctor Torres su silencio al respecto? Esta situación, potencialmente muy grave, ¿no merece un consejo de gobierno extraordinario, no debería ser debatida de inmediato, y con fines prácticos, por los grupos parlamentarios, de manera que el Ejecutivo dejase de actuar unilateralmente y pudiera recoger propuestas de la oposición parlamentaria? Algunos sostienen que Torres y sus consejeros confían en que el crecimiento de la ola de contagios se detenga antes de alcanzar máximos intolerables. Que esa es la apuesta. Me niego a creerlo. Pero la mayoría social aprecia que se han bajado los brazos. Que ha estallado un educado y parsimonioso sálvese quien pueda. Y que esto se está engorilando y puede crisparse más en muy poco tiempo.

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