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José María Lizundia

Tal para cual: Garzón y Gobierno

El padre de la sociología colombiana, insigne intelectual y escritor, Gabriel Restrepo en su obra Améfrica Ladina, en la encrucijada de Marruecos, el sueño de una paz cosmopolita, de cuya publicación reciente en mi colección Ensayos Saharianos (Edit. Alhulia, 2021) me cabe el honor, tensiona al máximo la ética de la convicción y la de la responsabilidad.

Como es sabido, la antinomia ética de este par es obra de otro padre, pero de la sociología sin adjetivar, que es Max Weber. Pero a veces, muestra Restrepo, el deslinde es complicado.

Haciendo de esa ética un casillero dicotómico totalizador, a Garzón habría que meterlo en la casilla de la ética de la convicción. Únicamente porque no habría forma de hacerlo en la de responsabilidad, de la que nació privado, no llega al concepto ni a su representación.

En mi anterior columna escribía del gobierno que no le basta con no arreglar nada sino que además hay que crear problemas de la nada. El ministro más torpe y de inteligencia más retraída, es voluntarioso sin embargo. Un ministro, de suyo biográficamente muy improductivo, viene arremetiendo contra todos los sectores productivos, henchido de moralidad y apetitos reformadores, cual Calvino o Ignacio de Loyola.

En las declaraciones de Garzón a The Guardian decía que la carne española era de mala calidad, de animales maltratados. Eso lo podría decir un activista eco-cárnico con toda la alegría animalista que quisiera, pero no un ministro, que necesita expandir su estulticia, incluso en papel couché con boda (propia) de reyes, particularmente cárnica, y viaje de novios de emperadores. Así es nuestra izquierda, subyugada por el esplendor personal y ansias de gerifaltes. No conozco en la izquierda que queda a ninguno que no esté transido de pureza, moralidad y beneficio.

El gobierno de la irresponsabilidad sin rastro de convicción, le respondió en su más puro estilo NO=NO que Garzón era Garzón y el Gobierno el gobierno. O sea, que nada. Como si The Guardian le hubiera buscado por economista.

El ministro de inteligencia ausente no solo no atemperó su torpeza por el escándalo desatado, sino que la ratificó y completó a peor. Se posicionaba contra las granjas orwellianas, a favor del ganado de libre deambulación, alegre trotar, distraído rumiar en frescos pastos de humildes ganaderos, o sea del campesinado como «conceto». Y adscrito a una prosa bucólica pastoril de gobernanza. Invocó contra su mismo gobierno que los científicos le avalaban (mejor hierba que pienso, que lo decía por él, claro), resultaba el más adelantado progresista entre gentes de progreso. Tan científico como que el aire del medievo era más limpio que el actual. Un portento.

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