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con la historia

El camino de la rutina

Aunque hace 10 días que cambiamos de año, para muchos 2022 comienza esta semana. En muchas casas, sobre todo donde hay niños, se acaban las vacaciones de Navidad y el sonido del despertador anuncia la vuelta a la normalidad de los días laborables. O sea, vuelven aquellas prisas matutinas: desayunar, vestirse, apresurarse para llegar a tiempo al llevar a los niños a la escuela o entrar a trabajar (o ambas cosas). Y, después, por la tarde, los vía crucis de las extraescolares. Y así irán pasando los lunes, los martes, los miércoles... una semana tras otra, sin festivo alguno a la vista hasta que llegue la Semana Santa en un muy (pero muy) lejano mes de abril. En definitiva, que hoy se entra de lleno en la rutina. Y si al hacerlo se tiene la sensación de que el camino se hace larguísimo piensen que hace dos mil años ya pasaba algo parecido y por eso acabaron inventando esta palabra.

Fotograma de un documental sobre el Imperio romano.

Hace dos milenios, en esta parte de Europa se hablaba latín porque el Imperio Romano había extendido sus dominios de forma implacable, abarcando de oeste a este desde Oriente Próximo hasta la península Ibérica; y desde el sur hasta el norte, desde África hasta el Danubio y Gran Bretaña. Y como han explicado tantas veces los cómics de Astérix -que esconden mucha más historia de la que parece- los romanos también dominaron la Galia, o sea, lo que ahora conocemos como Francia.

A diferencia de los griegos, que en vez de querer controlar físicamente los territorios preferían promover intercambios comerciales con los autóctonos de los lugares a los que llegaban, los herederos de Rómulo y Remo se dedicaban a ampliar sus posesiones, imponiendo sus leyes, su religión y su lengua. Por eso las llamadas lenguas románicas se parecen tanto. Son descendientes del latín, la lengua del poder de hace dos mil años.

En cada provincia romana se desarrollaron dialectos propios que, con el paso de los siglos, acabaron originando los idiomas que se utilizan actualmente. La raíz común hace que tengan sonidos y palabras similares. Este es el caso, por ejemplo, del término rutina. Es una adaptación del francés routine, que a su vez es una evolución de la expresión latina rupta via, que literalmente podría traducirse como camino roto, aunque en realidad sería más correcto hablar de atajo. Al parecer, en los caminos y en los senderos, cuando alguien decidía acortar el trayecto a través de un campo o unos zarzales, se decía que hacía rupta via. No hace falta viajar al pasado para verlo porque es un hábito muy común que todavía se practica donde hay parques o senderos. En vez de seguir el recorrido marcado, la gente prefiere pasar por un espacio inicialmente no previsto para ahorrarse unos cuantos pasos. A base de pisarlo, se va construyendo un nuevo camino y, con el paso del tiempo, ese atajo se consolida, o sea, que nace una rupta via. Poco a poco de aquí surgieron los términos ruta y rutina.

Es importante tener en cuenta que la evolución de las lenguas no se produjo de un día para otro, sino que se necesitaron siglos. No fue hasta la edad media cuando se empezaron a poner las bases de idiomas como el francés, el italiano, el occitano, el castellano, el catalán... Esta lenta mutación se hizo a través de la oralidad. Con el paso de los lustros y las generaciones, los hablantes de cada territorio fueron modificando su latín. No era la primera vez que existía un cambio de lengua, porque antes de la venida de los romanos cada pueblo tenía la suya propia, que sucumbieron a la presión de un poder administrativo, religioso y militar que imponía el latín. Así pues, cuando el imperio se derrumbó y con él todas las estructuras que lo sustentaban, aquella lengua siguió su propio camino en cada territorio.

Y al igual que el latín no era inmutable y con el paso de las centurias acabó desapareciendo, esto también ocurre con las lenguas actuales, donde las más fuertes van introduciendo términos en el vocabulario de las más débiles sin que sus hablantes sean conscientes de ello. Por eso ahora jugamos a fútbol o baloncesto, y miramos si tenemos wifi en el smartphone para saber qué hace nuestro crush, aunque sea para escapar de la rutina diaria.

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