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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Verde que te quiero verde

Los actos tienen consecuencias. Por eso resulta tan estúpido que nos quejemos una y otra vez del precio del recibo de la luz cuando resulta que el costo del consumo de energía apenas supera el 40% del recibo. De cada cien euros, pagamos cuarenta por la lavadora y sesenta por todo tipo de impuestos, tasas e inventos. ¿De qué puñetas nos quejamos?

Hemos decidido salvar el planeta del calentamiento global. Los polos se derriten, el agua de los mares está subiendo de nivel y ya nos llega por las canillas. La Calentología se ha convertido en una ciencia invasiva y mediática. Una iglesia con millones de devotos seguidores. Una de las primeras decisiones que han tomado los nuevos obispos de la salvación climática es acabar con las emisiones de CO2 a la atmósfera. Pero en vez de considerar el CO2 un veneno, han decidido cascarle un impuesto llamado «derecho de emisión». Si puedes pagar, puedes contaminar.

En paralelo, el ejército de la incompetencia climática, crecido en la endogamia política de su propio discurso salvífico, quiere que España consuma energía renovable. Es una idea excelente, solo que nos llevará medio siglo, más o menos. Pero llevamos años tomando decisiones irresponsables. Entre otras cosas, hemos dicho no al gas y a la energía nuclear. Y nos hemos convertido en dependientes de la energía que producen otros. La atómica de Francia o la del carbón de Marruecos, por ejemplo.

La Unión Europea quiere ahora que la energía nuclear y el gas, que no emiten CO2 a la atmósfera, sean considerados combustibles verdes durante algunas décadas más. Algo sensato, en lo que vamos cambiando las estructuras de la producción eléctrica. Pero la comparsa ecologista se ha llevado las manos a la cabeza. Y nos enseñan los esqueletos de Fukushima y Chernobyl porque ya por edad nadie se acuerda del accidente de Three Mile Island que estuvo a punto de fundir el planeta en un horno atómico.

Los actos tienen consecuencias. Necesitamos cantidades enormes de energía que no emita contaminantes a la atmósfera. Y tenemos que decidir de qué manera la vamos a obtener. Porque está muy claro que con molinos eólicos y paneles solares no la vamos a conseguir en un plazo razonable. Por eso, mientras aquí en Canarias nos perdemos en los discursos deletéreos e imposibles de islas maravillosamente verdes, con coches eléctricos e industrias que funcionan con molinillos en las azoteas, los ricos y listos de Europa están apostando por el gas y la industria nuclear. Porque hay que producir barato.

En Canarias seguimos cantando en el coro angelical de la lucha contra el cambio climático. Por un mundo más limpio y mejor. Sin barcos, sin aviones, sin hoteles. Un mundo intacto para los calderones, los pejeverdes y los escarabajos. Y para los cuatro pollabobas ricos que puedan vivir sin trabajar. Menos mal que los inviernos aquí no son fríos.

El recorte

Varas de Medir

Es una creencia popular que existe una justicia grande y otra chica. Una en donde un rico no cabría por el ojo de una aguja y otra en la que podría pasar una manada de elefantes. La compañía Air Europa ha sido condenada por el Tribunal Supremo a pagar 14 millones de euros por cobrar subvenciones a los pasajes de viajeros canarios por el importe total de un billete que, sin embargo, tenía diferentes descuentos. Hacienda interpretó que era un fraude al erario público que nos les hicieran los descuentos a ellos. Hasta ahí, aunque discutible, es bastante normal. Lo extraño empieza después. Ningún dirigente de Air Europa ha sido condenado penalmente por esa conducta. Según las informaciones de prensa en la Audiencia Nacional se investigó una causa penal por este asunto pero aunque en la investigación se confirmaron las irregularidades de los datos de venta, no se pudo imputar a un responsable en concreto, por lo que el caso se archivó penalmente. Es muy extraño porque aquí en Canarias en el caso de Islas Airways –el mismo asunto– se condenó al propietario, Concepción, y a sus hijas, miembros del consejo de administración de la empresa. Igual es que en la Audiencia Nacional la venda de la justicia, desprendida accidentalmente, impidió percibir cabalmente a la familia Hidalgo, propietaria de la compañía. ¿Hay una justicia en Madrid y otra en el trópico? Igual es lo del ojo de la aguja.

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