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LUCES DE TRASNOCHE

Entre la dignidad y el mindfulness

Una persona que hasta no hace mucho consideraba relativamente cercana y a la que ahora tengo por amiga, cuyo nombre no voy a mencionar por respeto a su intimidad pero que a buen seguro se reconocerá cuando lea este artículo, me comentaba el otro día que el mindfulness tiene la virtud de hacer a quienes lo practican más eficaces y eficientes. Reconozco que mi conocimiento del mindfulness es escaso, pues apenas he asistido a alguna que otra charla en la que, muy básicamente, se explicó en qué consiste. Pero hay algo con lo que no puedo transigir y es esa exigencia de suspender el juicio y aceptar la realidad. Y es que la suspensión del juicio equivale a no pensar, lo cual, para alguien como yo, adepto al pensamiento crítico, aspirante a filósofo y columnista vocacional, resulta más bien inasumible. Además, la aceptación de la realidad invita a la pasividad, tan propia de las místicas orientales, de las que en parte deriva el mindfulness, en las que se aboga por la disolución del yo.

Esta propensión a conformarse con la realidad en lugar de intentar transformarla no es ajena a la tradición filosófica occidental, incluso a la más dada a exaltar la razón. El propio Hegel, para quien lo real es el espíritu infinito, ahí es nada, ya señaló que todo lo racional es real y todo lo real es racional, de suerte que el deber ser, el mundo tal como debería ser desde la perspectiva de nuestros valores, se resuelve en el ser, el mundo tal como es. De este modo, no se puede distinguir entre lo que es y lo que debería ser, ni siquiera entre lo que hay y lo que no debería haber, pues todo lo que existe estaba llamado a existir por mor del despliegue dialéctico, racional, del espíritu. Y lo que es aún peor, se concede racionalidad a lo que desde el punto de vista de la razón práctica, la racionalidad moral, no puede tenerla, pues la barbarie no puede considerarse racional desde un punto de vista moral, por más que lo pueda ser desde la perspectiva de la racionalidad formal o instrumental.

Será precisamente Marx, el más conspicuo de los discípulos de Hegel, quien se revele con vehemencia contra la aceptación de lo real por parte del pensamiento. Y es que para Marx, si la filosofía ha de tener una finalidad es la de transformar la realidad, tal como dejó escrito en su celebérrima XI tesis sobre Feuerbach. Esta vocación transformadora es la que, a mi juicio, el mindfulness contradice y de ahí, lo decíamos antes, mis recelos. Mas si a ello le sumamos que nos hace más eficaces y eficientes, entonces se diría que se trata de un nuevo modo de alienación que arrebata al ser humano su condición de sujeto para reducirlo a objeto. Pues está bien que empleemos los medios más eficaces y eficientes para alcanzar nuestros fines, pero no que nos tornemos nosotros mismos en meros medios, que es lo que proscribe la segunda formulación del imperativo categórico kantiano. Y es que para Kant el ser humano ha de ser tratado siempre como el fin en sí mismo que es, porque tiene dignidad y no precio, que es lo que, a mi modo de ver, el mindfulness podría poner en entredicho.

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