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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

El libro, el volcán dormido y la gente despierta

Con toda la provisionalidad que imponen las insondables reglas del planeta a sus beneficiarios y expoliadores, Cabeza de Vaca está oficialmente dormido. Según parece, la fecha oficial fue el 13 de diciembre (con 85 días de duración) y, por obligada prudencia, la confirmación aguardó hasta la Navidad, que este año cayó en sábado y su vigencia se extendió entonces hasta los 97 días. Fue, en cualquier caso, el más largo y dañino de los siete registrados desde 1585.

En unas fechas irremediablemente negras, cuando la casa era una rampa de lanzamiento para las carreras, recibí un paquete enviado desde Italia por un viejo colega –Piero Calcanti– que, en 1971 retrató, durante una semana, las espectaculares estampas del Teneguía. Por causas ingratas, no abrí el envío hasta el 26 de diciembre y me encontré con un espléndido álbum de los acantilados, palacios y puerto amalfitanos, con una invitación al reencuentro en tan bello destino, y un libro de consumo sobre San Genaro –ellos lo ponen con J– y su famoso ascendiente sobre el más famoso de los volcanes de Europa. «Observa, amigo, que ese volcán nació en la fiesta de San Jenaro y ya verás que, pese a todos los daños no será tan malo».

El fin de semana me empapé de la biografía de Jenaro (272-305), joven Obispo de Campania y Patrón de la Bella Napoli, porque desde Cumbre Vieja sólo llegaban bostezos puntuales y evacuaciones de gases que rememoraban sus furores recientes y suponían riesgos para los curiosos atrevidos o indocumentados. El garrido clérigo desafió las advertencias de sus feligreses y se enfrentó con los esbirros de Dioclesiano y Maximiano en la que sería la última persecución religiosa hasta que Constantino declaró, en 1312, el cristianismo como credo oficial del Imperio. Condenado a muerte, superó la prueba del fuego y salió indemne de un horno de leña, amansó a las fieras que iban a devorarle con otros correligionarios; pero, finalmente, el sable del verdugo le degolló. Su sangre, recogida con unción, fue tomada por milagrosa y, junto a leyendas apócrifas, desde hace cuatro siglos está vinculada a hechos admirables.

En varias ocasiones y con distinta suerte, los napolitanos procesionaron con el busto de plata que guarda su cráneo hasta las inmediaciones del Vesubio en erupción y, ante él, las ampollas que guardan su sangre desde la decapitación final se licuaron ante la emoción de la muchedumbre. Trascendencia especial tuvo la efeméride del 16 de diciembre de 1631, cuando la erupción había arrasado tres ciudades, campos y prados ganaderos y los ríos lávicos amenazaban la capital. Entonces, los sacerdotes elevaron el recipiente que contenía la sangre que fluyó al instante y el suceso –que se había cobrado más de cuatro mil vidas y millar de viviendas– cesó en sus explosiones y las coladas de congelaron inmediatamente.

La Santa Sede, pese a los requerimientos de los feligreses de la Campania nunca calificaron las licuefacciones periódicas –tres al año– como milagro sino «como un prodigio a la gloria del mártir». Sin embargo, dos Papas fueron testigos acreditados del fenómeno: Mastai Ferreti, Pío IX, ya en los altares, en 1848, y Jorge Bergoglio, el Papa Francisco en la Navidad de 2015.

Como fondo de la lectura, oí a Pedro Sánchez que recordaba que «el final de la erupción no es el final de la emergencia». Este 27 de enero, el presidente realizó su octavo viaje en los tres últimos meses y ratificó que cumplirá lo prometido y que, «cuando el volcán no suelte lava y los medios de comunicación abandonen La Palma, daremos respuesta a todas las demandas e inquietudes».

Manifestó que, de los 400 millones de euros asignados para la reconstrucción, se dispusieron ya 138 en ayudas. Pidió «prudencia y comprensión a la hora de regresar a sus hogares, ante la presencia de gases que pueden ser nocivos para la salud» y recordó que el éxito del programa de protección civil no sólo fu eficaz por el trabajo de los profesionales sino también, y de modo especial, por el ejemplar comportamiento de los ciudadanos de La Palma. «Hay muchas lecciones que extraer» de la emergencia volcánica, entre las que reivindico la contribución de la ciencia, gracias a la que desde las instituciones se pudo dar una rápida respuesta y evitar muchas pérdidas humanas en los momentos iniciales de la erupción”.

Mientras y, cuando tras noventa y siete días de daños y zozobras, se hizo el silencio geológico, hablaron con claridad y mesura en distintos actos y foros, los protagonistas centrales del suceso. En un parón necesario en malas fechas personales, seguí por Internet la nutrida manifestación convocada por todas las asociaciones de afectados el 27 de diciembre y, frente a cualquier bulla previsible y justa, escuché testimonio sensatos, críticas moderadas por la tardanza de las ayudas públicas prometidas a las administraciones central y regional, y transparencia y diligencia a los ayuntamientos de Los Llanos y Tazacorte, en la entrega de los auxilios y donativos solidarios que, desde numerosos y lejanos lugares, llegaron a La Palma en el peor trimestre de su historia Por lo pronto y, mientras se efectúa la entrega de un manifiesto común a todas las administraciones implicadas en la obra colosal de la reconstrucción, observamos un demanda generalizada, un luminoso punto en común: las indemnizaciones a justi precio, las únicas que permiten que los damnificados elijan la solución de su problema a su medida. Ese empeño común tiene mucho recorrido a lo largo y a lo ancho; ojalá que con el ánimo constructivo que observamos la víspera de los Inocentes en la Plaza de España aridanense.

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