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Joaquín Rábago

Baten tambores de guerra

Es casi insoportable. En todas partes baten tambores de guerra. Nunca desde el que creíamos el final de la Guerra Fría había estado tan tensa la situación internacional.

Gobiernos y medios occidentales –los europeos a imitación de los de EEUU- no paran de hablar de «la amenaza» de la Rusia «iliberal» de Putin a la «democrática” Ucrania.

Y el presidente ruso, a su vez, acusa a la OTAN de “amenazar” a su país con su despliegue militar. Nadie parecer dispuesto a entender las razones del otro para sentirse amenazado.

Los medios de referencia de EEUU, The New York Times y The Washington Post, hablan de que Washington se «juega su credibilidad» tras el abandono precipitado de Afganistán.

Según esos diarios, tanto Rusia como China se sienten envalentonados por la falta de respuesta de EEUU a la anexión rusa de Crimea y a la destrucción por Pekín del movimiento democrático en Hong Kong.

Para The Washington Post, Estados Unidos y Ucrania comparten ideología e intereses estratégicos. Una Ucrania próspera haría «inviable» el autoritarismo ruso y daría al traste con «sus aspiraciones irredentistas» e imperiales.

Algo similar ocurre con Taiwán, la isla que Pekín reivindica como parte de su territorio nacional, pero que, para el subsecretario de Defensa de EEUU responsable de Asia y el Pacífico, Ely Ratner, es un «activo estratégico».

El complejo militar industrial estadounidense, sobre cuya voracidad ya alertó en su día el presidente Dwight Eisenhower, se frota mientras tanto las manos.

El Senado ha aprobado por abrumadora mayoría una ley de defensa de 768.000 millones de dólares, mucho más de lo que solicitaban la Casa Blanca y el Pentágono. Todo ello mientras se regatean fondos para ampliar el sistema de sanidad, luchar contra la pobreza o mejorar las infraestructuras.

Según sus defensores, esa ley ayudará a contrarrestar la «amenaza» china, reforzará a Ucrania y permitirá modernizar las fuerzas nucleares estratégicas instaladas a lo largo de la costa norteamericana del Pacífico.

Putin, a su vez, ha decido apostar esta vez fuerte lanzando un desafío a EEUU para que deje de ampliar la OTAN si quiere evitar el peligro de un conflicto militar de consecuencias incalculables.

Para Melvin Goodman, profesor de la Universidad Johns Hopkins y autor de varios libros sobre geopolítica, la crisis actual de Occidente con Rusia podría desactivarse fácilmente.

Bastaría, explica (1), que EEUU cumpliera el compromiso que dio a Moscú en 1990, a cambio de la retirada rusa de sus fuerzas de Alemania Oriental y el resto de los países del antiguo Pacto de Varsovia, de que no llevaría a la OTAN más allá de la línea Oder Neisse, es decir de la actual frontera germanopolaca.

Se trata, es cierto, de un compromiso verbal, como reconocen los propios rusos, pero Goodman, que ha entrevistado para una biografía del ex ministro de Exteriores ruso y más tarde presidente de Ucrania Eduard Shevardnadze al entonces secretario de Estado norteamericano James Baker afirma que éste le aseguró que se había dado tal garantía a Moscú.

Garantía cuya violación por todos los presidentes de EEUU, demócratas y republicanos, desde Bill Clinton en adelante explica la impresión de amenaza que, ante la continua ampliación de la OTAN, dice sentir Moscú, por mucho que la Alianza niegue una y otra vez amenazar a Rusia.

EEUU y la OTAN argumentan que sus tropas no están instaladas de modo permanente en el este de Europa sino que van rotando, pero eso no es más que una fácil argucia.

Es sabida la contribución que tuvo la carrera de armamentos con Occidente en la derrota y disolución de la Unión Soviética y a veces da la impresión de que, desaparecida la amenaza comunista, se vuelve a aplicar la misma estrategia, esta vez para intentar erosionar el «régimen iliberal» de Putin.

Sólo que el actual presidente ruso no es un nuevo Boris Yeltsin, el político dipsómano y enfermo que dejó hacer en su día a los norteamericanos todo lo que quisieron, y la situación es hoy por tanto mucho más peligrosa.

(1) En un artículo publicado por la revista estadounidense Counterpunch

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