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Alberto Lemus

Salud mental y redes sociales

La gran Verónica Forqué. Que se hable del suicidio de una persona tan querida y talentosa no es hablar mal de ella ni de su legado, es ayudar a visibilizar una realidad muchísimo más frecuente de lo que se cree. Mas de 4.000 personas se quitan la vida cada año en España. Cuánto puede estar sufriendo alguien para querer dejar de sufrir. Las personas depresivas no sufren un catarro, no pueden automedicarse y no sanan de un día para otro.

¿Qué pudo pasar por esa cabeza? Nunca lo sabremos. Por eso es importante estar pendiente, escuchar a quien demanda ayuda y recomendar atención especializada, empezando incluso por el teléfono de la Esperanza. Debería de arrancar en los centros de salud, con profesionales que decidan si al paciente le corresponde ir a un psicólogo o a un psiquiatra. Ante la actual falta de medios, una persona que va al médico con depresión puede tardar meses en recibir una primera consulta. Seguramente el número de casos sea incluso mayor por miedo al rechazo social, al estigma existente, y nunca se llegan a diagnosticar.

Un Plan Nacional de salud mental sigue siendo la asignatura pendiente de nuestra Sanidad: Ni el Estado ni las comunidades autónomas tratan la cuestión como merece, y sobran ejemplos de gilipolleces en las que se tira el dinero público con bastante alegría, en lugar de invertir en atención primaria, el eslabón de la cadena que apoya directamente al vecino. La Organización Mundial de la Salud lleva años avisando de que es la primera causa de muerte no natural.

El epílogo de la Forqué deteriorada que pedía ayuda a gritos de silencio en Masterchef no oculta los méritos de una carrera artística inolvidable. Pasará a la historia como la gran mujer y extraordinaria actriz a quien evocan quienes tuvieron la suerte de coincidir con ella. Y, es una opinión, hasta la estancia en el talent show culinario (ojo, la estancia, no el chorro de gente que la insultó en redes sociales) pudo hacerle bien en un momento dado, porque le permitió sentirse valorada. Todos sus compañeros recuerdan sus días junto a ella con innegable cariño.

La polémica suscitada ante tan triste pérdida permite otra reflexión. En las redes sociales hay una patente de corso, el axioma de «a Twitter venimos a putear». El gobierno hace esto: Nos posicionamos, o muy bien o muy mal. Las dos posturas se exponen y casi nadie razona con argumentos a cara descubierta. Y da igual si es la Forqué o quien sea. A ella la humillaron gratis durante meses. A una mujer enferma. El problema es que una crítica atroz se sume tan alegremente al linchamiento a quien, era evidente, no estaba pasando un buen momento.

Ejemplo: A cierta persona a quien tengo la suerte de conocer, por un simplón comentario malinterpretado le cayeron encima en su día decenas de miles de anónimos en redes sociales que la llamaban de todo y le desearon la muerte a ella, a su familia, a su hijo. Todavía hoy lo hacen si tienen ocasión. Lo pasó verdaderamente mal, estuvo semanas hundida, sola ante la turba. Apenas se pudo llevar a juicio a un tipo que amenazó de muerte a su familia. Solo uno de los muchos anónimos que destruyeron su imagen pública y su consideración como persona. ¿Es culpable Masterchef? El tiempo lo dirá, pero el problema real es que insultar y degradar a alguien en Twitter tenga como única consecuencia que te cierren la cuenta, ya ves tú.

Hay un ser en esas redes sociales de las que hablo, que estos días ha puesto en circulación un video hablando lo peor de Tenerife y de sus gentes. ¿Por qué? Porque sabe que el ofendido chicharrero entrará en su canal a decirle de todo y contribuirá a la subida de las visitas, con lo que él facturará más publicidad. Las dos caras de un mismo problema, a mi entender: La falta de una regulación que reconduzca según qué cosas. En mi humildísima opinión no es censura, es poner por delante el interés de la ciudadanía y nuestro derecho a ser tratados con respeto.

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