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Joaquín Rábago

EEUU, Julian Assange y la democracia

Si algo se le ha dado siempre bien al Gobierno de Estados Unidos, si en algo han sido los norteamericanos siempre maestros, es en el arte de la propaganda.

El último ejemplo lo tenemos en la reunión digital que convocó el presidente del «líder del mundo libre» bajo el rimbombante título de Cumbre por la Democracia.

No deja de ser irónico que la organice precisamente el Gobierno de un país donde, a juzgar por todo lo que vemos que allí ocurre, la democracia está en clara y rápida regresión.

Un país donde casi la mitad de los ciudadanos cree contra toda evidencia que su actual presidente, Joe Biden, robó las últimas elecciones a su contrincante republicano, Donald Trump, y que es por tanto un jefe de Estado ilegítimo.

Y donde ese último partido, que no parece decidido a perder la próxima vez, está haciendo todo lo que puede para recortar los derechos democráticos de las minorías afroamericana e hispana, poniéndoles todo tipo de obstáculos al voto.

Trump, a quien cabe considerar como el organizador del asalto al Capitolio de Washington, auténtica desvergüenza democrática, parece además dispuesto a volver a la escena política si los jueces que le persiguen por supuestos delitos fiscales no lo evitan a tiempo.

Antes que arrogarse, pues, el derecho a dar lecciones de democracia al resto del mundo, lo mejor que podría hacer EEUU es mirar lo que ocurre en su propio patio, que es grave, y tratar de ponerle remedio.

Porque si nos quitamos los lentes de la propaganda y nos fijamos en lo que allí ocurre, veremos en esa plutocracia que son los EEUU un país cada vez más desigual, dominado por la violencia y en el que miles de jóvenes son anualmente víctimas de las drogas y que tiene con más de dos millones de presos, en su mayoría afroamericanos o hispanos, la mayor población carcelaria del mundo.

Y es, por otro lado, significativo de la actual situación de los derechos humanos que la cumbre coincidiera en el tiempo con la noticia de que un tribunal británico daba luz a la extradición a EEUU de Julian Assange, el periodista australiano que reveló al mundo las vergüenzas de la superpotencia.

Washington invitó a esa cumbre de carácter virtual a todos los países de la Unión Europea con la única de Hungría.

El Gobierno de Viktor Orbán es calificado habitualmente y con razón de «democracia iliberal». Pero ¿es acaso más democrático un país como Polonia, empeñado en controlar tanto a sus jueces como a los medios de comunicación?

¿Será acaso porque Orbán se ha permitido algunas veleidades con la Rusia de Vladimir Putin mientras que el Gobierno de Varsovia es, como otros países del antiguo Pacto de Varsovia hoy miembros de la OTAN, un incondicional de Washington?

¿Es también por eso por lo que tampoco se invitase al presidente turco mientras que era bienvenido el brasileño Jair Bolsonaro, no precisamente un dechado de gobernante democrático ?

¿Se trata en el caso de Turquía de un castigo de Washington a Recep Tayyip Erdogan por haber comprado su país, pese a pertenecer a la Alianza Atlántica, un sistema de defensa antiaérea desarrollado por la siempre enemiga Rusia?

Tampoco podemos por cierto últimamente los europeos presumir de democracias florecientes a juzgar por el auge en casi todo el continente de partidos de extrema derecha que ponen en cuestión los que llamamos «nuestros valores». ¡Malos tiempos, en efecto, en todas partes para la democracia!

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