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ANÁLISIS

Dioses que suben y bajan

En 1871, Alejandro Dumas hijo definió a Courbet como una mezcla de vino, cerveza, moco corrosivo y exabruptos flatulentos. Ya nadie escribe en estos términos para referirse al arte y los artistas por la sencilla razón de que la potencial amenaza de alboroto social e intelectual que contenía una pintura ya no existe. El lenguaje empleado por Dumas es hoy absurdo, no solo por cuestiones de corrección política, sino porque ya nadie cree que el arte pueda, en realidad, amenazar a nadie.

En los 70, la esperanza de los dadaístas, surrealistas y constructivistas de que el arte influyera en la política ya había desparecido. Recordemos, como ejemplo, la protesta del minimalista Robert Morris, quien, en 1970, clausuró una exposición en el Museo Whitney de Nueva York contra los bombardeos de Camboya. Nixon y Kissinger no le hicieron el menor caso y los B-52 siguieron donde estaban. En esa década existía ya un engranaje que hacía que lo planteado por las vanguardias fuese vaciado por el mercado.

Puede parecer algo exagerado retrotraerse 150 años para tratar acerca de Filip a(l)lone –la exposición de Filip Custic (Santa Cruz de Tenerife, 1993) que puede verse en el Espacio Bibli de Santa Cruz de Tenerife hasta el 7 de enero– pero lo considero más que oportuno porque establece, aún de forma enormemente resumida, la base del iceberg del que, opino, Custic y su trabajo son la punta. En Bibli pueden verse ocho obras del artista –fotografías, esculturas y piezas de vídeo, como es frecuente entre los artistas actuales– repartidas por su espacio a través de las que Custic muestra lo que llama sus «paisajes mentales», esto es, cómo reinterpreta la realidad que le rodea y, sobre todo, pretende congraciarse con la persona que, dice, no pudo ser libremente pero que, ahora, quiere mostrar al mundo a todo color. Para ello introduce en su acercamiento a la figura humana, en concreto la suya, la exploración de las posibilidades maquínicas o inorgánicas de la conformación del cuerpo.

¿Quién es Filip Custic? Recuerdo la insistencia de un profesor de Bellas Artes sobre la necesidad de crear nuestro propio discurso con el que situarnos en el mundillo. Se trataba de resumir, en pocas palabras, quién eres, qué haces, qué te interesa y moverte con esto ya que nadie escuchará grandes parrafadas ambiguas ni te dedicará demasiado tiempo. He empleado buenas horas en ver y leer sobre Custic y opino que ha hecho muy bien sus deberes. Su mantra reza algo así: me llamo Filip Custic y soy artista. Defino mi obra como psicológica y tecnológica y represento mediante cuadros virtuales mi mundo interior, lo que pasa por mi cabeza utilizando cualquier medio. Recojo objetos que me encuentro y los llevo a mis propios códigos. Utilizo las redes sociales porque son una manifestación del ego. Por ello, utilizo mi cuerpo como un templo y a través de él comunico lo que ocurre en mi interior. ¿Me ha resultado interesante Filip a(l)lone? No, nada. Aunque, confieso, me fascina observar el mundo que, sin duda, ha abrazado a Custic con furor.

Rosalind Krauss en su texto La escultura en el campo expandido cuenta que lo nuevo encuentra su sitio si se reconoce como una evolución gradual de las formas del pasado. Creo que esta es la única justificación posible de que hayan llegado a mis ojos y oídos comparaciones de Custic con Warhol o Eugenio Merino pasando por Cindy Sherman y Charles Ray con su male mannequin. What? Creo que este tipo de confusiones se producen al observar el arte en su parte objetual cuando la práctica artística «no es el exterior del trabajo sino su forma de visibilidad desplazada, es decir, un trabajo literalmente expuesto», como afirma Yayo Aznar en Miradas políticas en el país de las fantasías.

Cada vez que me enfrento al trabajo de Filip Custic me golpea con fuerza el conocido libro de Byung-Chul Han La salvación de lo bello, en el que desmenuza este arte del me gusta, de consumo rápido, donde todo es brillante y pulido, sin negatividad, donde el artista solo aspira a obtener un wow! de la boca de los espectadores considerando a Jeff Koons uno de sus máximos representantes. A aquellos muy sensibles les desaconsejo mezclar, igual que la Coca-Cola y los Mentos, la visita a Filip a(l)lone con la lectura del último libro del surcoreano No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, en el que el autor analiza el proceso de desmaterialización del mundo en el que los objetos son sustituidos por información incorpórea sobre la que no podemos afirmarnos. Funcionamos como en una cinta para correr, necesitando constantes estímulos para no caer.

Creo que es por este motivo que al observar en persona las piezas que se muestran en Filip a(l)lone, y que he visto previamente en la red, se me hacen extrañas y, sin duda, creo que son mejores imágenes que objetos. Y es que fueron creadas como no-cosas y, ahora, pretenden ser cosas. No funciona. Custic practica el selfbranding como pocos, una especie de promoción-arte sobre el que no tengo ninguna objeción admirando su sinceridad al afirmar su pertenencia al capitalismo situándose, claramente, en el lado de los integrados. «Si se nos ha presentado en este presente, por alguna razón será», declara añadiendo que esto lo aprendió de Warhol. Supongo que en un tutorial de YouTube de donde, como él mismo afirma, ha obtenido todos sus conocimientos. Tampoco tengo objeciones al respecto. Ahora bien, una vez alcanzado el éxito, Custic cuenta que su máxima aspiración es que su trabajo no sea efímero y que pueda permanecer en el tiempo. Lamento comunicarle que si algo tiene el capitalismo es que te da pero, también, te quita la vida.

Lo que ocurre es que se difumina cada vez más la línea que separa a un artista que utiliza las redes para promocionar su trabajo y un influencer/instagramer que utiliza el arte para promocionarse. Tampoco pondría pegas si no fuera porque para parte de la generación X, la Z y, sin duda, la nueva, llamada Alpha, el arte habrá perdido para siempre su función principal, ser desestabilizadora de nuestra mirada componiéndose un escenario donde más es mejor, sobre todo si hablamos de visibilidad ante el espectador, mejor llamado consumidor.

Casi acabo. Recién inaugurada Filip a(l)lone, se publicó en el periódico EL DÍA una entrevista a Custic que tomó por título parte de sus declaraciones «Bajo el arte a la Tierra y lo humanizo, no quiero parecer un dios». What? La modernidad supuso que los reyes, los sacerdotes y sus dioses se bajaran de los cuadros pero parece que otros ya se han encaramado aupados por sus followers de los que Custic cuenta con nada menos que 193.000. Estos reaccionan a cada una de sus publicaciones mediante emoticonos de corazones, rotos o en buen estado, y muchos wow! Si su obra plantea algún tipo de discurso con enjundia, sus seguidores parecen no pillarlo.

Finalizo. Como saben, en 2021, Tania Bruguera ha recibido el Premio Velázquez de Artes Plásticas. A lo mejor, con solo 18.700 followers en Instagram no merezca tanto honor. Personalmente, creo incuestionable que el mundo, hoy, necesita a Bruguera pero me pregunto si necesita más wow!

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