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Manuel Luis Ramos García

Del volcán a La Caldera

La conectividad aérea con el aeropuerto de La Palma quedó interrumpida durante una semana, como consecuencia de la actividad del volcán que arrasa gran parte del Valle de Aridane. Los vientos del oeste hicieron volar nubes de ceniza desde la Cumbre Vieja hasta Mazo, dejando al aeropuerto palmero inoperativo, en ocasiones por no disponibilidad de las pistas y en la mayoría de esas jornadas por contaminación de su espacio aéreo, con unos materiales incandescentes que hacían peligrar el correcto funcionamiento de las aeronaves.

Las puertas de entrada a La Palma están limitadas por agua o por aire, y solo las puede cerrar la meteorología adversa, ese tiempo malo que levanta olas en el muelle o turbulencias en el aeropuerto, y que casi siempre llega con las borrascas nacidas cerca de San Borondón y que entran por El Roque de Los Muchachos.

La entrada aérea a la isla ha sufrido un nuevo tipo de alteración, en esta ocasión por un fenómeno natural que nada tiene que ver con la meteorología, pero que está muy ligado a los cambios del tiempo. El volcán saca materiales bajo tierra y el viento los hace viajar en función del viento reinante, contaminando el aire en zonas pobladas, envolviendo con una masa de cenizas las edificaciones e infraestructuras que coge a su paso.

Las experiencias profesionales vividas en el aeropuerto de La Palma durante veinticinco años me permiten evaluar la situación que padecimos durante una semana, que nunca antes se había producido, aunque en algunas ocasiones de tiempos adversos las condiciones meteorológicas causaron no más de cinco jornadas de incomunicación por vía aérea.

El aeropuerto de La Palma es seguro para cualquier tipo de avión y dispone de ayudas a la navegación modernas y equipos técnicos eficientes. Las maniobras de aproximación discurren por el sur de la isla paralelas a la costa de Fuencaliente con viento norte, o desde el noreste cuando el viento sopla del sur, entrando sobre Los Cancajos. Su operatividad solo se ve alterada en aquellas ocasiones en las que las borrascas se hacen presentes. Solo con vientos del suroeste y oeste no se recomiendan los aterrizajes si la intensidad es superior a los treinta kilómetros por hora, causando unas turbulencias producidas por lo que se conoce como viento de ladera o calderetero, un mal aire que nace en La Caldera y muere en Mazo.

Ese monstruo de la Cumbre Vieja ha marcado una nueva etapa en la historia de nuestras islas. La Palma padece una catástrofe natural que obliga a plantear proyectos que devuelvan en lo posible lo que muchos han perdido, evaluando las posibilidades de una nueva vida entre lo que La Caldera encierra y lo que el volcán ha enterrado.

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