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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Otra vez crisis

El cartero siempre llama dos veces. Y el asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Lo que más le guste. En el año 2008 estalló la primera gran crisis mundial comparable al crack de 1929. Se puede dar mil explicaciones, pero solo hay una cierta: las políticas suicidas de la Reserva Federal americana y el Banco Central Europeo. Y más concretamente, las consecuencias de intervenir en los mercados y la pretensión de manejar la economía.

El BCE había creado una burbuja financiera en Europa, sobredimensionando el mercado del crédito. Y la burbuja financiera creó en nuestro país una burbuja inmobiliaria que sobredimensionó el sector de la construcción. Durante años y años la demanda de vivienda creció sin parar en España, que en 2008 tenía 46 millones de habitantes, cinco millones de inmigrantes. Un floreciente mercado laboral, basado en los créditos y el ladrillo, que necesitaba techo.

Los dirigentes europeos se dieron cuenta de que la bola de nieve estaba rodando pendiente abajo cuando el estallido de la crisis en Estados Unidos les cogió en paños menores. La Reserva Federal americana metió un frenazo, dejó morir los árboles podridos e inyectó dinero a mansalva en los sectores estratégicos valiosos para reactivar la economía.

Exactamente lo contrario que aquí. El Gobierno de los españoles destinó más de cien mil millones a tapar el enorme agujero creado en las cajas de ahorros gestionadas por los partidos políticos, sindicatos y patronales. La huella del crimen fue borrada deprisa y corriendo cubriendo la sangre con pasta gansa. Y se esfumaron de la noche a la mañana los sueldazos, las comidas, las fundaciones, las obras sociales, la tupida red de primos, hermanos, amigos y personas piadosas que se habían alimentado de las ubres de las bancas públicas para llevarlas a la ruina.

Pero no hay dos sin tres. Las políticas de liquidez del Banco Central Europeo –a imitación de las Quantitative Easing americanas– tal vez fueran necesarias para afrontar los efectos destructivos de la pandemia mundial en la economía. Como la respiración asistida que se le enchufa a un paciente demasiado débil. Pero la asistencia artificial prolongada puede causar daños irreversibles. Que la inflación se haya disparado por encima del 5% en España a finales de este año no es más que la consecuencia lógica de la sobreabundancia de dinero. La enorme ola de liquidez que se ha inyectado a los gobiernos de la zona euro ha servido, entre otras cosas, para aumentar el gasto público en sanidad. Los expertos pensaban que, tras el coronavirus, las economías se recuperarían de forma explosiva y llegaría el momento de recoger lo sembrado: cosechar impuestos en prosperidad y volver a llenar la caja.

Se equivocaron. La historia del virus no ha terminado y el comercio mundial está tocado del ala. La crisis de las materias primas –y de la oferta– le está haciendo el coro al incremento del precio de los combustibles y por lo tanto de la energía y del transporte. La vida se encarece, los salarios se desploman y a los gobiernos les tiemblan las piernas porque saben –lo saben– que no habrá suficiente comida para alimentar al monstruo. Que no habrá dinero para tantas pensiones. Ni para tantos empleados públicos. Ni para tantas instituciones y putiferios. Por mucho que nos vuelvan a coser a impuestos. Por mucho que se queden con nuestro dinero. El siniestro cartero de la pobreza volverá a llamar el año que viene.

El recorte

Sin solución. En la isla de Tenerife hay 870.000 vehículos, entre privados y de alquiler. Quitando las motos podríamos estar hablando de casi 700.000 coches que colocados uno detrás de otro formarían una hilera de metal de 2.800 kilómetros y nos permitiría ir caminando desde las islas a Los Pirineos sin poner un pie en el suelo. Es una estupidez pensar que una isla de poco más de dos mil kilómetros cuadrados puede soportar ese número de vehículos en sus 1.500 kilómetros de carreteras. Y otra aún mayor seguir pensando en aumentar la carga de población, que ya supera el millón de habitantes de hecho (con los residentes turistas). No hay reglas sobre la densidad de población. Singapur tiene una y Brasilia otra. Depende del modelo de vida y de ciudad que elijas. Y sobre todo de la capacidad de la economía para sostener eficazmente a la población residente. Aquí, en esta tierra, no existe solución al transporte que no pase por un tren. Es falso que las nuevas carreteras vayan a acabar con las colas y los atascos. Estarán llenas nada más ser inauguradas. Nadie en Tenerife está pensando en arreglar los problemas del futuro. Como hizo Galván cuando proyectó el aeropuerto del Sur. O José Segura con las balsas. Hace unas décadas vivimos una sociedad de gigantes. Hoy soportamos una de enanos.

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