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con la historia

Un semáforo para poner orden

Si no hay ninguna sorpresa de última hora, este fin de semana el partido socialdemócrata, los liberales y los verdes de Alemania ratificarán el acuerdo de gobierno que permitirá escoger como nuevo canciller a Olaf Scholz, que de esta forma se convertirá en el sucesor de Angela Merkel.

Como los colores corporativos de estas tres formaciones son el rojo, el amarillo y el verde, en cuanto empezaron las negociaciones hizo fortuna el apodo de «coalición semáforo» para definir visualmente esta particular alianza tripartita. La analogía funciona porque todo el mundo la entiende. Y es que el semáforo es un símbolo universal que precisamente empezó a existir un mes de diciembre.

En 1868 el tráfico de Londres era una locura. Y eso que todavía no se había inventado el automóvil, pero las calles eran un caótico ir y venir de carros y carruajes sin orden ni concierto. Para intentar remediarlo, en diciembre de ese año a las autoridades de la ciudad se les ocurrió instalar unas señales luminosas en las calles cercanas a las Casas del Parlamento. Cuando eran de color rojo había que detenerse y con el verde se podía proseguir. El sistema había sido diseñado por el ingeniero ferroviario y superintendente de la South Eastern Railway, John Peake Knight, basándose en cómo se regulaba la circulación de trenes. El problema era que las luces de ese semáforo eran de gas y debían ser accionadas manualmente. El mecanismo no era suficientemente seguro y, en ocasiones, esto provocaba que se produjeran deflagraciones que causaban heridas al agente encargado del funcionamiento del aparato. A raíz de su peligrosidad, se acabó descartando su implantación en más puntos de Londres.

Todo cambió con la llegada de la electricidad. Tanto en París como en Salt Lake City, en 1912, ensayaron semáforos a partir de mecanismos rudimentarios. Ahora bien, lo que realmente tuvo éxito fue el semáforo que se instaló en Cleveland, concretamente en la esquina de la Avenida Euclides y la calle 105.

En Estados Unidos los automóviles de combustión empezaban a proliferar de forma masiva, en buena parte porque Ford inundaba el mercado con modelos económicamente asequibles para muchos bolsillos. Se daba inicio el reinado del coche en EEUU (que todavía persiste). Aquellos vehículos se convirtieron en el centro gravitatorio de la organización urbanística y territorial de las grandes ciudades y su entorno.

El imparable crecimiento del número de coches se traducía en mayor tráfico y los problemas de circulación aparecían en todas partes. Esto explica que fueran muchas las ciudades norteamericanas que, a partir de la década de 1910, trabajaran intensamente para tratar de encontrar un sistema eficiente que ayudara a regular el tráfico. Y no es extraño que fuera en Detroit -la capital del motor de EEUU- donde en 1920 apareciera el semáforo de tres colores.

Hasta entonces solo funcionaban con el rojo y el verde, pero un agente de policía llamado William Potts se dio cuenta de que el cambio era demasiado brusco y esto provocaba algunos accidentes. Se le ocurrió que iría bien poder avisar a los conductores que en breve deberían detenerse y, por eso, añadió un tercer color: el naranja. La propuesta tuvo éxito y progresivamente se fue incorporando en todo el mundo. Actualmente en los semáforos de algunos países, como Suiza, el color de precaución también se activa cuando se está a punto de pasar del rojo al verde, para que los vehículos se preparen para reanudar la marcha.

En Barcelona, el primer semáforo se instaló en el cruce entre las calles Balmes y Provença en 1929. No es casual que fuera ese año. Era justo el momento en que la ciudad acogía la Exposición Internacional y, como ya explicamos en el artículo dedicado a explicar por qué se ponen luces en Navidad, en aquellos tiempos Barcelona vivía una verdadera fiebre por todo lo que tuviera relación con la electricidad, que era la energía más avanzada que existía entonces.

Un siglo después, aunque con muchas mejoras, los semáforos siguen ejerciendo su función y por más rabia que dé que se ponga rojo delante de las narices, hay que admitir que nos hacen la vida mucho más fácil.

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