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con la historia

Pendientes de marfil, joyas de hierro

A unos noventa kilómetros de la ciudad polaca de Cracovia hay una cueva llamada Stajnia que acaba de dar una alegría al mundo de la arqueología. El equipo que la excava ha encontrado un par de pendientes. Cada una de las piezas mide unos cuatro centímetros y medio de largo y uno y medio de ancho; tienen un agujero en la parte superior y una cenefa de puntitos.

Pendientes de marfil, joyas de hierro

De la misma forma que las nuevas tecnologías nos facilitan las cosas en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, esto también ocurre en la investigación histórica. Así, gracias a los microscopios electrónicos y la espectrometría de masas, los científicos no solo han podido constatar que los pendientes son de marfil de mamut, sino que el agujero creado para colgarlos fue hecho con una herramienta, seguramente un punzón, de hueso de caballo; y que la superficie en la que se dibujó la cenefa fue preparada con sílex, un mineral de gran dureza muy utilizado durante la prehistoria. Y lo más importante: puede afirmarse que fueron elaborados hace 41.500 años, lo que los convierte en las joyas decoradas más antiguas, tanto de Europa como de Asia.

Por tanto, esto significa que en aquellos tiempos, el Homo sapiens ya dedicaba esfuerzos y conocimientos a crear objetos que, a priori, pueden parecer inútiles para las necesidades vitales de un grupo humano de la prehistoria. Para nosotros, desde el siglo XXI, es más fácil asumir que emplearan esfuerzos en construir un arco, unas flechas, una lanza o cualquier arma que sirviera para cazar o defenderse. Pero lo de acicalarse es tan viejo como nuestra especie. De hecho, si hacían pendientes con este grado de detalle significa que formaban parte de una sociedad compleja, en la que los elementos identitarios y simbólicos ya tenían un peso relevante. No se sabe por qué ni quién (¿un hombre? ¿una mujer? ¿todos?) usaba joyas, pero el descubrimiento de Polonia pone de manifiesto que se llevaban y no de un material cualquiera. Para hacer unas piezas sin otra finalidad que el embellecimiento, y a las que dedicaron unas horas de trabajo, escogieron el marfil. Un material históricamente muy apreciado, y que solo lo ha dejado de ser cuando se ha priorizado el respeto a los animales (lo mismo se podría decir de los abrigos de piel por ejemplo).

En el mundo de la joyería, ahora las estrellas son el oro, la plata... Y al ver a alguien luciéndolos, capta nuestra atención y nos fascina, porque dentro de nuestro universo simbólico damos mucho valor a estos materiales. En cambio, hace 200 años, si alguien se hubiera paseado por Berlín con joyas de estos metales todo el mundo se lo habría mirado mal porque las mejor valoradas eran las de hierro fundido. Y todo por culpa de Napoleón.

Recién estrenado el siglo XIX, el general francés quiso erigirse como el nuevo emperador de Europa. Por un momento pareció conseguirlo. En sus manos fueron cayendo grandes reinos como Prusia y, en 1806, ocupaba su capital, Berlín, ante la impotencia de las tropas de Federico Guillermo III. Pero le perdió su ambición desmedida y en 1812 no pudo llegar a Rusia y controlar la Península Ibérica al mismo tiempo. Entonces, el rey prusiano pasó a la ofensiva. El problema era la falta de dinero para pagar al ejército y pidió a sus súbditos que dieran sus joyas. A cambio, el Gobierno les entregaba otras hechas de hierro con inscripciones como Gold Gab Ich für Eisen (di oro por hierro) y Für das Wohl das Vaterlands (por el bienestar de la patria).

La iniciativa fue un éxito y la ciudadanía respondió masivamente a la llamada, por el deseo de deshacerse del enemigo. Tanto es así que a partir de ese momento, y durante muchas décadas, estaba mal visto lucir joyas hechas con metales preciosos. Se entendía que quien las conservaba era un mal patriota. En cambio, quien vestía las de hierro se ganaba el respeto. Por un lado porque antes había tenido oro y plata (por tanto tenía dinero) y, por otro lado, porque había contribuido a la financiación de la guerra. Hasta prácticamente 1850, para los prusianos no hubo ningún metal precioso que superara a las joyas de hierro. Como ya sabían nuestros ancestros de hace 41.500 años, todo depende del valor que se dan a las cosas.

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