El fenómeno Zemmour no se entiende sin el concurso de los medios de comunicación franceses, que, aun fingiendo a veces combatirle, se han convertido en sus mejores aliados.
Judío de origen argelino, Eric Zemmour es la nueva estrella de la extrema derecha francesa hasta el punto de opacar a la líder de la Agrupación Nacional, Marine Le Pen.
Sagaz polemista, Zemmour es sobre todo un provocador nato. Sin pelos en la lengua y amparado como está por la libertad de expresión, suelta lo que le viene en gana y sabe que los medios van a recogerlo inmediatamente y con nada disimulada fruición.
Lo mismo le da rehabilitar al mariscal Pétain, afirmando, contra todos los datos históricos, que protegió a los judíos que poner en tela de juicio la limitación de velocidad en las carreteras o ciudades francesas.
Lo mismo, blanquear al régimen colaboracionista de Vichy que atacar a las comunidades musulmanas que llevan viviendo décadas en Francia y sugerir que debería prohibirse a todo francés llamarse «Mohamed».
Su omnipresencia en los medios de comunicación del país vecino, ya sean públicos o privados, es constante y cada libro que saca, cada entrevista que concede arma revuelo y se convierte en un acontecimiento.
Sus apariciones públicas se convierten en otros tantos «momentos mediáticos», que luego se comentan y analizan. Él lo sabe y lo explota como nadie.
La prensa lleva semanas hablando de su posible candidatura a las próximas elecciones francesas aunque él no haya dicho de momento si se presentará o no, pero todo parece girar de pronto en torno a su figura.
Algún observatorio de los medios como Acrimed lleva ya tiempo denunciando el peligro que supone el trato privilegiado y muchas veces acrítico que Zemmour recibe de la prensa.
No puede hablarse de conspiración en torno a su persona, sino que se trata de prácticas periodísticas normales en los tiempos que corren, en los que el espectáculo prima sobre la información y la crítica.
Sólo el pasado mes de septiembre se contabilizaron en la prensa francesa más de 4.100 noticias relacionadas con el personaje, casi 140 por día.
Diarios y revistas, tanto de información política como del corazón, le han dedicado sus portadas con títulos tan llamativos como La tentación presidencial (L´Express) o La Tentation Zemmour (Valeurs actuelles).
La prensa lo justifica señalando que Zemmour representa «una corriente de pensamiento que existe hoy» y que de ninguna manera se puede prohibir.
Pero algunos se preguntan por qué otros políticos, escritores, sindicalistas, actores y otros profesionales que representan también «corrientes de pensamiento actuales» no tienen nunca un micrófono delante.
Lo que ocurre en Francia con Zemmour recuerda en cierto modo a lo sucedido con Donald Trump en Estados Unidos aunque se trate de dos personajes en el fondo muy distintos.
Los medios norteamericanos no dudaron en dar la máxima cobertura a cuanto salía de la boca de Trump, por escandaloso o estúpido que fuera: les servía para aumentar la audiencia y hacer negocio.
Zemmour es infinitamente más inteligente que el político republicano, pero sus ideas son por igual repugnantes. Y los medios franceses están haciendo el mismo papel de comadrona.