eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfonso González Jerez

RETIRO LO ESCRITO

Alfonso González Jerez

Verdades para La Palma

Vivimos en una época que intercala maravillosamente brutalidades y delicadezas. Se encarece la comida, se precariza cada día más el empleo, cada mañana sube el precio de la luz eléctrica, no dejan de emitirse alarmantes novedades pandémicas, los ministros y diputados se encargan de comunicarnos la resurrección de Franco, se prostituyen y reparten las instituciones del Estado y nadie se queda atrás, porque las mayorías sigue abajo, pisoteadas. Las mayorías, ciertamente, no quedan atrás, las van pateando hasta la próxima esquina. Pero delicadezas, ¿por qué no delicadezas? Las delicadezas consisten en que los dirigentes políticos nos comentan que nos merecemos todo, sea disfrutar de veinte años de gobierno de izquierda, sea exiliar a Pedro Sánchez a Camagüey. Y para qué ocultarlo, los periodistas se dedican inercialmente a lo mismo. Los periodistas hacen la pelota al público o si quieren ustedes, a los ciudadanos, esperando tímidamente una sonrisa. O un retuit. Lo escribió José García Domínguez, al que conviene leer, escriba donde escriba: «Los periodistas tenemos en común con los políticos que nuestro oficio exige adular todos los días a la plebe… Por eso es un empleo de cínicos». Este es un aserto que se puede confirmar a cualquier hora. El periodista es un animal temeroso de dios – un dios polimorfo y embaucador – cuyo relativo valor de cambio depende de la simpatía –o al menos la indiferencia– del público. ¿Y cómo puede escribir la verdad el periodista? Porque la verdad siempre incomoda a alguien. Y no siempre, en absoluto, a los poderosos. La verdad nos incomoda a todos.

Tomemos el ejemplo de La Palma. La empatía, la solidaridad y hasta la compasión están muy bien. Pero el relato de lo que ocurre verdaderamente en el Valle de Aridane y avanza destructivamente hasta el mar, y sus evidentes e incontestables consecuencias, no se escribe o se hace con tinta invisible. La verdad es esta y es tan ardiente y luminosa como la lava: la reconstrucción mimética de la amplia zona destruida es imposible. Es completamente irrealizable. Y no es solo por las complejidades jurídicas –¿cuántos terrenos carecían de un título de propiedad formal, cuántos viviendas y explotaciones agrarias alegales no estaban registradas, cuánto se tardaría en reformar la ley del Suelo, los planes de ordenación municipal, el PIOT de La Palma?– sino por la situación física y geológica sobrevenida. No se va a volver a casa, porque la casa –ese entramado de realidades y experiencias físicas y sensoriales que llevas en la memoria y en buena parte articula tu personalidad– ya no existe ni puede ser resucitada. Cientos de afectados deberán recomenzar sus vidas en otros municipios, en otras actividades, en otros ámbitos de experiencia. Cientos de mayores, jubilados y prejubilados, que complementaban su pensión con modestas actividades agrarias, tendrán que vivir en otro lugar, tal vez más lejos de sus hijos. Tal vez no fuera malo empezar a aceptar la realidad venidera, como debe aceptarse que la lava devorase el cementerio de Las Manchas. Ahí no había nada. Nuestros muertos van con nosotros y viven en nuestros recuerdos, no en un nicho.

También es importante que autoridades y administraciones públicas metabolicen que no puede reconstruir lo que hace tres meses era una bucólica realidad. Primero porque pronto será necesario un relato más cabal y más realista, por negativa y hasta furibunda que sea la reacción de algunos grupos o grupúsculos de los afectados. Y segundo para incorporar el susodicho relato en una variante de la estrategia de recuperación e impulso económico de La Palma para sacarla del agridulce estancamiento en el que sestea desde hace décadas. En los siglos pasados los palmeros acumularon fortunas, levantaron haciendas, fundaron ciudades, extendieron familias, recorrieron y trabajaron en tres continentes. Merecen la verdad y no un psicodrama archipielágico con la banda sonorosa de La lista de Schindler. La verdad por parte de la política y del periodismo.

Compartir el artículo

stats