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Alfonso González Jerez

retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Gana el chavismo

¿De veras que «el país latinoamericano dio un paso el domingo pasado hacia una ruta positiva a celebrar sin incidentes graves y con garantías una jornada electoral, pese a la alta abstención»? Porque esta enormidad sobre Venezuela la ha publicado El País. ¿Cuatro millones de exiliados por el miedo y el hambre durante la última década representan una señal de normalidad democrática? ¿Cuántos de esos millones de venezolanos en la diáspora pudieron votar con garantías? ¿Varios cientos de presos políticos, en muchos casos incomunicados del exterior, son una prueba de la normalización democrática en la república arruinada y marchista? ¿Cómo puede celebrarse como un síntoma de salud democrática una abstención media de casi el 60%? Se nos dice que se trata de una comparativa, de avances, de mejoras, pero la misma misión señala como defectillos «la nula independencia judicial, el acceso en desigualdad a los medios de comunicación y el uso (bastante impúdico, cuando no escandaloso) de los recursos del Estado para la campaña electoral del Partido Socialista Unido y de sus socios». Menudencias.

Si Nicolás Maduro ha realizado pequeñas concesiones –por ejemplo, admitir a dos personas inicialmente ajenas al régimen chavista en el Consejo Nacional Electoral– es porque ya había hecho previamente el trabajo con la inestimable colaboración de las principales fuerzas de la oposición, incapaces de diseñar una plataforma política y electoral común sobre un mínimo consenso programático. Sobre todo no existe una figura de liderazgo con el suficiente potencial como para convencer a todos los opositores de las ventajas de una unidad de acción que han traicionado una y otra vez los oligofrénicos dirigentes de Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y Acción Democrática, a los que Maduro y sus ministros han manejado como peleles a través de la lisonja, la amenaza, la promesa o el desprecio, según las necesidades de cada coyuntura y con el objetivo central de quebrar cualquier proceso de unificación. Como muestra se pueden consultar las declaraciones de Bernabé Gutiérrez, secretario general de AD, al día siguiente de las elecciones: «Quiero reconocer el papel cívico e histórico de nuestro pueblo al acudir a las urnas electorales y hacer valer su derecho frente a la situación del país… No se puede hablar de ganadores y perdedores…». Quizás el grisáceo mandamás adeco no pueda hablar de ganadores y perdedores, pero la dictadura no ha dejado de hacerlo con entusiasmo desde la misma noche del domingo. El chavismo se ha adjudicado 20 de las 23 gobernaciones en disputa y una amplia mayoría –aunque menos aplastante– de las alcaldías en todo el territorio nacional. Después de veinte años de régimen dictatorial hay que ser muy remamahuevos –como diría cualquier venezolano– para afirmar que no existen ni vencedores ni vencidos. «Desde aquí», me dice un amigo venezolano que vive en Zulia, «somos muchos los que sospechamos que buena parte de los dirigentes de la oposición están corrompidos por Nicolás Maduro, de la misma manera», agrega, «que se han presentado a algunas gobernaciones y alcaldías partidos que solo existen sobre el papel desde hace tres meses, supuestamente antichavistas, para distraer el voto y debilitar las expectativas de la oposición».

Lo fundamental, sin embargo, no son las trampas y canalladas del madurismo. Una parte sustancial del éxito de la dictadura es la incapacidad opositora para transmitir una alternativa verosímil y al mismo tiempo esperanzadora: convencer al venezolano, exhausto en el laberinto de las mentiras oficiales, de que hay remedio. Definir el diagnóstico de un país roto y empobrecido, un país que se cae a pedazos mientras la corrupción es ya el sistema de poder, no una patología del mismo, y proponer un programa de reconstrucción nacional que llevará lustros. El tiempo sigue transcurriendo en el otoño triunfal del autobusero y llegará un momento que nada tendrá arreglo.

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