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Cuando la CIA intentó matar a Fidel Castro

Hace cinco años de la muerte de Fidel Castro, que se mantuvo en el poder con mano de hierro hasta 2008. Lo consiguió en enero de 1959, tras derrocar la dictadura de Fulgencio Batista. Para Estados Unidos, fue un durísimo golpe. Por un lado, porque la isla dejaba de ser el lugar donde ir a apostar y beber sin freno; y por otro porque en plena Guerra Fría, de repente, tenían un país comunista a unas pocas millas de Florida. En ese escenario de equilibrios internacionales entre bloques que marcaba el ritmo del planeta desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la Cuba castrista tuvo un gran protagonismo. Moscú la protegía para amenazar la hegemonía de EEUU y, por la misma razón, Washington quería borrarla del mapa lo antes posible. Entonces entró en escena la CIA.

Fidel Castro.

La Agencia Central de Inteligencia abrió una base en Miami que, con 600 efectivos, llegó a ser la mayor del mundo. La tapadera era la empresa Zenith Technical Enterprises y su función principal era interrogar a los exiliados, entre los que se reclutaba a los anticastristas dispuestos a colaborar con el Gobierno estadounidense. Solo había un problema: los jefes de la base de Florida no hablaban español. Por eso encargaron la labor a los mafiosos Sam Giancana y Santos Trafficante (el nombre es real aunque cueste de creer). Ellos habían controlado los casinos cubanos durante la era Batista y desde la CIA pensaron que tendrían ganas de vengarse. Lo que no sabían es que Trafficante había pasado a vender armas a Castro a cambio de seguir siendo el dueño de las mesas de juego antillanas. Quien sí lo sabía era el FBI, que no compartió esa información con la CIA. De haber tenido constancia de ello, tal vez habrían entendido por qué los agentes eran detenidos nada más poner los pies en Cuba.

Cuando el presidente John Fitzgerald Kennedy llegó a la Casa Blanca quiso ser más contundente y, en abril de 1961, aprobó la operación Pluto, que ha pasado a la historia como el Desastre de Bahía Cochinos. La CIA envió a 1.297 cubanos a su país para asaltar el poder, pero iban mal armados y, encima, nadie les había explicado qué estrategia militar tenían que seguir al desembarcar. El resultado fue nefasto. Hubo 200 muertos y el resto fueron encarcelados.

Al ver que las alternativas maximalistas no daban resultado, el jefe de la oficina de Miami, Bill Harvey, puso en marcha la operación Mangosta. En realidad no era un operativo concreto, sino una serie de acciones para encontrar cuál era la mejor forma de acabar con Castro. Se valoraron opciones como envenenar los cultivos de caña de azúcar, poner un explosivo en una concha marina en la zona donde el dictador solía hacer submarinismo, impregnar su traje de buceo con alguna sustancia mortal, envenenarle sus famosos puros o, directamente, rociarlo con un producto que le provocara la caída del pelo, barba incluida.

También intentaron sacar provecho de su capacidad de seducción y valerse del despecho de sus amantes. La elegida fue Marita Lorenz, a la que Castro había abandonado. Tal y como ella misma explicó años más tarde en su autobiografía, la CIA le entregó dos cápsulas de veneno que ocultó en un bote de cosméticos. Parece que con el calor se deshicieron y la aprendiz de Mata Hari lo interpretó como un mal augurio. Arrepentida, cayó de nuevo rendida en los brazos del cubano, al que además entregó los 6.000 dólares que la agencia le había pagado por hacer el trabajo.

En 1962, en plena fiebre anticastrista de la CIA, se produjo la famosa crisis de los misiles de Cuba. Al ver la presión norteamericana, Castro pactó con la URSS la instalación de proyectiles nucleares en la isla. La tensión entre Washington y Moscú alcanzó cotas muy elevadas y para evitar complicar aún más las cosas, JFK ordenó detener todas las operaciones de la base de Miami, pero Harvey no obedeció y mandó 70 hombres a la isla por si se producía un nuevo intento de invasión. Cuando llegó a oídos de Kennedy, destituyó al director y las conspiraciones para matar a Castro quedaron arrinconadas para siempre.

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