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Luis Ortega

AL AZAR

Luis Ortega

Comportamientos

Sin contar los inquietantes y rumorosos prólogos, a lo largo y ancho de sesenta y seis días hemos ampliado nuestro vocabulario geológico y, aún en grado elemental, aprendimos algo sobre los mutables comportamientos volcánicos, sobre los estados que muestra para nuestra esperanza o desconsuelo. En la espectacular y trágica alternancia de los estados explosivos –con los cielos palmeros tapizados por los piroclastos ardientes y las pesadas cenizas– y los efusivos del Volcán Cabeza de Vaca, con los ríos de lava que, con mayor densidad y/o rapidez, destruyen cuanto encuentran a su paso. Contemplamos también con franca admiración la entereza y dignidad de los damnificados; actitud aplaudida sin fisuras en todas las latitudes donde se conoció el suceso, es decir, en todo el mundo.

En las opiniones libres sobre el papel y en las ondas reitero cuando me toca el protagonismo central de las familias que, en unas semanas de pesadilla, vieron rotas sus vidas, perdidas sus propiedades y truncadas sus esperanzas. En su indescriptible duelo encontraron apoyo y aliento de los paisanos y, en edificante y progresiva escala, en todos los niveles de un planeta globalizado en este caso para bien. Anotamos la prontitud y unidad de las actuaciones institucionales a todos los niveles e instamos, como todos los espectadores solidarios, a la urgencia de las ayudas y atenciones.

Con la misma convicción, defendimos la indemnización y el justiprecio para todos los afectados y ponderamos, con entusiasmo, la prontitud con la que los notarios españoles ofrecieron sus servicios gratuitos para acreditar las propiedades y derechos perdidos, mediante actas de notoriedad, y el rápido y justo reparto de las ayudas por los tres ayuntamientos, con gobiernos de tres fuerzas políticas diferentes y con una actuación impecable durante el siniestro que aún no ha terminado.

La novena semana de la erupción de Cabeza de Vaca trajo la espectacular caída de la lava en las inmediaciones del Puerto de Tazacorte; y los efectos de la colada 7 bis –resulta sano y didáctico parar la cadencia numérica ante la imprevisibilidad del suceso que no cesa de sorprendernos– y el confinamiento de los habitantes de la Villa y Puerto; la suspensión, otra vez más, de la operatividad del aeropuerto de Mazo y el intenso movimiento portuario. Y, como un concreto botón de muestra de la comprensión y afecto que no cesa, la incansable actuación de una cuadrilla de cien ciudadanos vascos, con naturalidad y sin presunción, para liberar de arena los edificios y las carreteras.

Anotamos como previsibles las continuas muestras de apoyo al margen de su cuantía; y la suma del Real Madrid –con sus viejas glorias– a la búsqueda de recursos económicos para quienes tanto lo necesitan. Y también, porque no hay tres sin cuatro, la multiplicación de asociaciones y plataformas de afectados y, a su sombra o por limpia casualidad –sólo Dios y los promotores lo saben– y de ocurrencias oportunistas o soluciones mágicas para resolver, desde la iniciativa privada, un problema que, por su calado, compete principalmente al sector público y, por supuesto, debe atender las demandas de los perjudicados, que tienen la primera y última palabra.

No queremos creer, ni imaginar, que con el dolor ajeno se monte una feria de discretos –como en la novela de Baroja– ni que se pueda imponer un modelo de pueblo en el que no tienen opinión sus futuros habitantes.

Quizás estemos ante un ejercicio inédito de emprendeduría filantrópica que, por torpeza y limitación nuestra, no sabemos ver ni valorar. El tiempo lo dirá, porque todo es posible a tal nivel que un ilustre vecino de la comarca dañada hizo un recorrido sentimental por todos los daños y topónimos y no fue capaz de nombrar el más antiguo y legítimo, con medio milenio de antigüedad y referencias cartográficas y documentales probadas.

Según me comentó alguien, y no es broma, «Cabeza de Vaca era sólo el nombre de una finca con un tagasaste con la forma de la testa de un vacuno».

Y quien lo dijo se quedó tan pancho.

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