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La historia de la memoria

Estos días uno de los temas de los que más debate político han generado es la redacción de la ley de memoria democrática (LMD). Entre otras cuestiones, este texto jurídico aborda aspectos tan espinosos como la resignificación de ciertos elementos emblemáticos del franquismo como el Valle de los Caídos, así como evitar que se muestren retratos de personas vinculadas a la dictadura en áreas de acceso al público.

Pintura de la musa Clio, por Pierre Mignard

El hecho de que en 2021 deba hacerse una ley de este tipo y que, además, no cuente con el con curso de todos los partidos demuestra que la relación de España con su reciente pasado es compleja y no se ha resuelto bien. No puede perderse de vista que el franquismo instrumentalizó la memoria para imponer su visión del pasado. De esa imposición se derivó un olvido forzado: el de los derrotados que tuvieron que vivir en silencio.

Tras la muerte del dictador, la clase política que comandó la Transición quizás pensaba que con la ley de amnistía de 1977 se conseguiría pasar página, pero el pasado, si no está bien resuelto, siempre termina por volver. Por eso la generación de los nietos de los represaliados son los que han empezado a abrir las fosas que todavía existen en las cunetas de las carreteras. Y pese a que hace 46 años del traspaso de Franco, el simple gesto de querer recuperar los restos de los familiares asesinados despierta la animadversión de determinados sectores que, por supuesto, también se oponen a la LMD.

Las tensiones entre memoria, historia y política no son exclusivas del caso español. En los últimos años ha habido un boom de la temática memorialista, que empezó precisamente en los años setenta. En 1978 los historiadores franceses fueron los primeros en hablar de «memoria colectiva» y en la década siguiente el profesor Pierre Nora publicó cuatro volúmenes sobre lo que bautizó como «lugares de memoria» (monumentos, conmemoraciones, etc.), abriendo un camino que los historiadores hasta entonces habían menospreciado: el análisis de cómo el poder político utiliza el pasado para reforzar su papel en la sociedad.

En la historiografía existen tendencias y modas. Hubo épocas en las que se entendía como historia la simple acumulación de nombres de grandes personajes y fechas remarcables. Es decir, que la historia política era la reina y el resto de cosas se descartaban. A mediados del siglo XX se amplió el campo de visión. Influidos por los movimientos sociales y civiles de los años sesenta, los académicos comenzaron a interesarse por saber más sobre los grupos excluidos de la historia tradicional: las mujeres, los obreros, los campesinos... El problema es que no se podía seguir su rastro en las fuentes habituales, por eso se empezó a desarrollar la historia oral, es decir, la recogida de testimonios que explicaban lo que habían vivido. Ya no solo eran importantes un rey o un general, sino también quién trabajaba en sus campos o quién moría en su nombre en el campo de batalla. Esta nueva aproximación puede apreciarse en temas como el estudio de la Segunda Guerra Mundial, porque la historia militar dejó paso a los relatos de los supervivientes del Holocausto.

Todo esto primero se produjo en países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, pero terminó por llegar a la península ibérica. Poco a poco la Historia fue sustituida por la memoria colectiva y los relatos personales eran recibidos por la opinión pública como una especie de máquina del tiempo, capaces de transmitir el conocimiento de lo que realmente ocurrió. Pero esto es imposible. Cualquier relato que desee explicar el pasado es subjetivo y parcial. Es necesario que sea contrastado con otras fuentes históricas. De hecho, así todavía tienen más fuerza porque quedan enmarcados en el contexto en el que se produjeron los hechos explicados, evitando la manipulación o incluso la total invención.

Según la mitología griega la Memoria (Mnémosyne) era la madre de las nueve musas. Una de ellas se llamaba Clio y era la musa de la historia. Una buena forma de recordarnos que sin memoria no hay historia. Ahora bien, como ocurre en todas las familias, aunque madre e hija se parezcan, no son lo mismo.

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