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ARENAS MOVEDIZAS

Cayetana

Todos sus amigos la llaman Cayetana. A esta sí. Normal. Es Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, duodécima marquesa de Casa Fuerte, descendiente de Francisco de Borja Álvarez de Toledo Osorio, de María Tomasa Palafox, de Francisco de Moncada, del conquistador español Blas de Peralta y del fundador de la ciudad de Mar del Plata, Patricio Peralta Ramos, entre otros. Así arranca su entrada en Wikipedia, vigorosa, sin ahorrar oropel, lustrada de pompa y envuelta en boato con 47 años cumplidos el mes pasado. Periodista, historiadora, política, argentina, francesa, española desde 2007, y también escritora, lo cual no es novedoso porque ya publicó hace tiempo, aunque aquel trabajo suyo sobre Juan de Palafox, obispo y virrey (2011), parece lógico que pasara más desapercibido que la última novedad en las librerías, ese Políticamente indeseable en el que, en su línea, dispara con la precisión de un francotirador de élite contra los de fuera y los de dentro del Partido Popular, pero con especial minuciosidad sobre estos últimos, que es lo que está abonando el terreno a tertulias y noticias con ese tamaño de fuente en los titulares que se reserva a quienes se les conoce a la primera por el nombre de pila.

Sus amigos la llaman Cayetana y quienes no son sus amigos, también. Si se pronuncia su nombre prescindiendo de la ristra de apellidos que poblarían blasones y escudos de armas, la audiencia reconoce enseguida al personaje. Ese privilegio está al alcance de muy pocos. Álvarez de Toledo será siempre Cayetana como González siempre será Felipe; Xavi Hernández nunca dejará de ser Xavi, como Manuel Rodríguez Sánchez vivió y murió Manolete. La Duquesa de Alba también era Cayetana, pero el título nobiliario no la abandonó nunca, luego si a estas alturas de siglo escuchamos decir Cayetana sabemos que están hablando de Álvarez de Toledo, a la que algunos medios también llaman CAT por ahorrarse espacio.

De García Egea (es muy improbable que el diminutivo de Teo encabece el titular de algún periódico serio) dice: «Jamás imaginé la sima de irracionalidad y despotismo en la que era capaz de hundirse. Un político dispuesto a aplastar cualquier signo de inteligencia, sensibilidad o criterio». De Pablo Casado: «Le dije que siempre había trabajado para gente más inteligente y más valiente que yo, y no me sumé [a su campaña]». ¡Bum!

He escuchado a Cayetana alguna idea interesante, y desde el respeto ganado a base de sacar los pies del tiesto y de resistirse de modo altisonante a la disciplina de partido, es una lástima que el personaje se sobreponga al discurso. Sus exabruptos han quedado por encima de sus ideas, que cuesta conservar en la memoria salvo que se tire de hemeroteca. Parte de su argumentario, como el de la «claudicación cultural» del PP de la que habla en su libro o algunos trazos de su discurso antinacionalista, podrían haber salido a la superficie entre tanta vacuidad como aparenta albergar el líder de la oposición y su círculo más íntimo, pero se pierden entre alusiones a la silla de ruedas de Echenique o calificando a Pablo Iglesias en el Congreso como «el hijo de un terrorista».

A falta de conocer dónde la llevará el destino, cuesta creer que alguien recuerde a Cayetana más allá de su breve aunque intenso paso como portavoz parlamentario del PP o de su vistosa gesticulación tras el escrache sufrido en la Autónoma de Barcelona, pero ya es mucho más de lo que la Historia reserva para su sustituta, Cuca Gamarra, irrelevante ante la Teodorocracia y mucho menos mediática. Y además, CAT ha dejado en herencia imitadoras de la estridencia como Isabel Díaz Ayuso, otro verso suelto, disonante, enfrentada también al aparato, más pobre intelectualmente, aunque bastante más efectiva en lo electoral. Mientras Ayuso arrasaba en las urnas, Cayetana cosechaba para su partido los peores resultados de su historia en Cataluña. Y quizá la política consiste más en lo primero que en lo segundo, en que la gente refrende con votos a sus dirigentes. Pero ahí está Cayetana, 14 años en política y ya tiene su biografía, devorada en la intimidad –seguro– por sus compañeros de partido, buscándose entre las 500 páginas, ofendidos en la misma medida por no aparecer como por salir vapuleados. Y sin poder contarlo, porque a efectos de estrategia, el libro no existe para la actual dirección popular. Acabarán convirtiéndolo en best seller.

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